Pinti apuesta a la memoria en su nuevo espectáculo teatral
Enrique Pinti estrenó “Antes de que me olvide”, en el Teatro Maipo, un show en el que vuelve a mostrar el predicamento que tiene sobre un público adicto que, paradójicamente, parece haber perdido la memoria.
Secundado por Gustavo Monje y una decena de “boys” y “girls” movidos con la habitual solvencia de Elizabeth de Chapeaurouge, todos bajo la batuta de Ricky Pashkus, el bufo toma como motivo el Bicentenario y recorre la historia del país desde sus orígenes.
Es lo que viene haciendo por lo menos desde hace tres décadas, cuando estrenó “Salsa criolla” en el Liceo, y aun antes, con la diferencia de que ahora es espujado por la urgencia de haber cumplido 70 años y el proclamado temor de contraer el mal de Alzheimer.
Pinti sabe, de todos modos, que ese no es su caso ya que de lo contrario no podría enhebrar hora y media de espectáculo como lo hace, pero de todos modos chichonea con eso, lo que le permite no pocas humoradas.
Una de ellas es transformar al Alzheimer -“ese señor alemán”, lo llama una canción- en personaje de carne y hueso y mantener con él sabrosos diálogos, para lo que Monje es revestido con una gruesa máscara de anciano decrépito que el actor no se quita ni en el saludo final.
La otra es el desopilante monólogo inicial, lo mejor de la jornada, en el que el voluminoso actor juega a estar afectado por la enfermedad y mezcla con su habitual verborragia hechos, fechas y personajes de la historia argentina y del mundo.
El resto es un recorrido más sucinto de los hechos pasados que en anteriores espectáculos, en los que la visión tipo Billiken se alía con opiniones y escatologías que buscan la risa y en varias ocasiones la logran.
Lo que caracteriza a “Antes de que me olvide” es que tiene más iracundia que humor, como si la ansiedad que a Pinti le ocasionan sus siete décadas lo hiciera apurar sus broncas, que siempre fueron muchas aunque nunca tantas.
Así, su personificación de la Patria como vieja cartonera y los personajes que convoca tiene más amargura que ironía, y ni siquiera la puteada omnipresente hace levantar los ánimos de una platea que a veces parece confusa.
Pinti fue siempre un traductor de los humores de la clase media porteña, pero curiosamente, por el adoctrinamiento de los medios o lo que fuere, en la edición 2010 sus opiniones son más avanzadas que las de de ese sector que lo mira, llamado por Arturo Jauretche “el medio pelo”.
Por lo menos en la función de estreno, donde abundaron artistas de diversos rubros, amigos, algún funcionario del gobierno porteño, periodistas y mediáticos, las mayores adhesiones se produjeron cuando el actor criticó a la clase política actual.
Cuando mencionó a personajes de la última dictadura militar y a figuras de la década del 90, Pinti instó casi con furia a ejercitar la memoria sobre un pasado de cuyo olvido fustigó a tres generaciones.
El Alzheimer que aterra a Pinti no es por cierto el propio, sino el olvido que como práctica se pone en acción para evitar las responsabilidades ciudadanas, y por ello apela a su catarata de simpáticas obscenidades, aunque por momentos esos recursos delaten cierta fatiga.Por Hector Puyo de Telam .//