Benjamín Ávila y Natalia Oreiro presentaron en el 65° Festival Cannes Infancia clandestina
“Infancia clandestina”, de Benjamín Ávila, con Natalia Oreiro, Oscar Troncoso, Ernesto Alterio y Cristina Banegas, llegó este domingo a la muestra La Quincena de los Realizadores, en el primero de los dos días más significativos para el cine argentino del 65°Festival de Cannes.
El filme, cuyo fondo es la Argentina de 1979, durante la conocida más tarde como “contraofensiva montonera”, es el segundo largometraje de Ávila, autor del documental “Nietos: Identidad y memoria”, que logró amplia repercusión tras su estreno, en 2004.
Daniel (César Troncoso), Charo (Natalia Oreiro) y Juan, al que fuera de casa todos conocen como Ernesto, y Beto (Ernesto Alterio), hermano del primero, conforman una familia que esconde un secreto.
A finales de la década del 70, todos viven el miedo a flor de piel porque tienen un vínculo muy fuerte con la militancia y la acción directa, porque conviven con armas, y todos ellos tienen los nombres cambiados.
En medio de esa clandestinidad, un chico de 12 años trata de vivir su paso de la infancia a la adolescencia disimulando esa verdad, y con su entorno trata de ser feliz porque, al fin y al cabo, es a eso lo que apunta su lucha de sus padres.
Benjamín Ávila es hijo de madre desaparecida, secuestrada con un niño que por largo tiempo fue buscado por Abuelas del Plaza de Mayo hasta su final recuperación; el último compañero de su madre, un alto jefe de Montoneros, cayó abatido hacia finales de esa misma década.
Hace cuatro años, con Marcelo Müller, Ávila salió a pelear una ficción que primero fue recompensada en el Festival de la Habana con un Coral a guión inédito y en su búsqueda de respaldo encontró nada menos que Luis Puenzo, que convirtió a su productora en socia del proyecto.
Primero con Oreiro y Alterio, luego del también uruguayo Troncoso (“El baño del Papa” y “Ernesto apenas tarde”, entre otras), además de Cristina Banegas, quedó finalmente conformada la plana mayor, con el debut del pequeño Teo Gutiérrez Romero como Juan/Ernesto.
En septiembre un primer corte ganó un premio en la sección Cine en Construcción del Festival de San Sebastián, y finalmente, tras su paso por Cannes, y la participación en otras muestras, se estrenará el 4 de octubre en Buenos Aires.
“Es frecuente que se hable de la militancia de aquellos tiempos como de un camino seguro a la muerte, cuando en realidad no era así, sino un camino a la felicidad que podía ser interrumpido por la muerte”, aseguró Ávila en diálogo con Télam.
“Es ficción”, reflexiona el director y explica que “cuando empezamos a hacer el guión hace cinco años, el trabajo más fuerte que tuve que hacer con Marcelo fue tomar distancia y ver la historia como ‘una historia’ y no un relato en primera persona, es decir dejar correr el guión con mi propia literalidad, pero con personajes enriquecidos, distintos a los de mi propia historia”, confiesa.
Según Ávila “en la película ocurren muchas cosas que no ocurrieron realmente: Beto, por ejemplo, nunca existió, pero era una necesidad, el deseo de haber tenido alguien así… o María, la nena de la que Juan se enamora… Era necesario dar forma a esos personajes para contar la historia”.
Ávila mira al pasado pero lo hace para reflexionar sobre el presente: “Hoy volvemos a vivir una época en la que la gente joven vuelve a tener fe. Lo pongo en términos de fe, palabra que me gusta más que ‘creer’, que tiene como más profundidad… La de los 90 fue una década muy mala, porque la sensación de la fe perdida era cotidiana”, dice.
“Era imposible imaginar lo que está sucediendo ahora… Pensaba que la generación de nuestros viejos había sido la última con fe genuina en algo, una que los movilizaba por completo, todo el cuerpo, y que movilizaba todas sus acciones, porque todo estaba en función de esa fe”, explica.
“Fue gente muy vital y uno lo puede descubrir a través de su ausencia, lo que ha hecho que recién treinta años después se empiece a recomponer aquella fe. Fue una generación mucho más rica y movilizadora que las anteriores, porque venía a proponer transformaciones en serio y todos estaban muy preparados”, agrega.
“No eran ingenuos, y en esta película lo planteamos, no eran simplemente unos pobres pibes que luchaban por el boleto estudiantil, sino tipos que estaban realmente comprometidos con sus vidas, con la fe y la felicidad. Siempre digo que para mi la felicidad es tener esa fe, que no es sonreír y estar bien, porque esa fe es la que te moviliza tanto que no hay alternativa”, dice.
Ávila aclara que “No hay que descontextualizar, porque si uno analiza aquello desde la coyuntura actual es inviable, pero uno tiene que trasladarse a ese momento como para entender que el camino que eligieron era el que estaban convencidos que debía transitarse. Hoy esa misma gente no elegiría ese camino, aunque la meta no cambie. Las metas siguen siendo las mismas, pero el accionar otro”, insiste.
Tanto Ávila, que confiesa varias veces durante el rodaje se puso a llorar, como Oreiro, que reconoce este historia la forzó a reflexionar que fue lo que ocurrió en su propio país durante la dictadura, ya que la acción del filme ocurre cuando ella tenía dos años.
Para Oreiro, ser parte del proyecto fue “una experiencia muy movilizadora”, y agrega que “es la historia de una familia que vivía con muchísimo miedo, pero al mismo tiempo seguía necesitando de la alegría, de la fiesta y del amor, porque en definitiva lo que estaban haciendo era para más de eso, un futuro mejor para Juan, que es el protagonista, el que cuenta la historia”, dice. Télam.