Una creación periodística de Luis Pedro Toni

Daniel Barenboim muy criticado en La Scala por la dirección de Aída

Daniel Barenboim no está habituado a que el público lo maltrate ni le abuchee. Menos aún cuando comparece en los teatros de referencia. Verbigracia la Scala, noticia de los mentideros musicales a cuenta del revuelo que ha provocado la versión de “Aída” ejecutada, del verbo ejecutar, por el polifacético maestro israelo-argentino-español.

Barenboim y Verdi se han tratado poco y se han entendido con bastantes interferencias. Ciertos públicos han subordinado la evidencia del divorcio a la mitomanía o la incondicionalidad, pero el melómano scaligero no transige con las desviaciones verdianas. Y eso que Daniel Barenboim había prometido una versión filológica, es decir, desprovista de la pátina con que la tradición ha desdibujado la obra.

El esfuerzo académico del maestro y el correspondiente escrúpulo no les ha gustado a los loggonisti, sobrenombre de los ultras del gallinero milanés y artífices de una blog coral (il corriere della grisi) en el que denuncian la pesadez de Barenboim y su modo de dirigir en la Scala “como si fuera un teatrucho alemán de provincias”.

El resbalón de Barenboim no sólo ha satisfecho con morbosidad y veneno a los directores italianos (Muti, Gatti, Chailly). También representa un obstáculo engorroso en el porvenir del maestro, toda vez que Stéphane Lissner, director artístico de la Scala, le ha encomendado abrir la temporada que viene con el “Simon Boccanegra” de Verdi.

Plácido Domingo protagoniza el reparto e interpreta el papel del barítono. Es el acontecimiento mayúsculo de San Ambrosio, pero el espectáculo puede resentirse del cortocircuito que separan a Barenboim y Verdi. Más aún considerando que el último Boccanegra en la Scala lo interpretaron hace 30 años un tal Abbado y un tal Cappuccilli bajo la dirección escénica de Giorgio Strehler. He aquí la prueba.

Daniel Barenboim se encuentra contrariado, cuando no deprimido. La decepción de “Aida” se ha convertido en uno de los mayores contratiempos de su extensísima y generosa carrera, aunque siempre puede relacionar el accidente con el mal fario que arrastra la producción scaligera en cuestión. Tanto por la espantada de Riccardo Chailly –no ha querido volver a dirigir la ópera en Milán- como por aquel desplante que se marcó Roberto Alagna en diciembre de 2006. Memorable.

Milán,Elmundo.es