Una creación periodística de Luis Pedro Toni

Despidieron los restos de Ariel pero queda su espiritu viviente, dijo Eduardo Falú

Los restos del pianista y compositor fueron enterrados ayer en una emotiva ceremonia de la que participaron más de un centenar de personas entre familiares, amigos y músicos. El renombrado creador de canciones imperecederas del repertorio popular como “Alfonsina y el mar”, “Juana Azurduy” e “Indio toba”, fue sepultado pasadas las 11.30 en el Panteón de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música (Sadaic).

El cortejo fúnebre había llegado al cementerio de La Chacarita proveniente del Congreso de la Nación a las 11, y luego de un responso en el que se recordó la “Misa criolla”, los deudos se trasladaron hasta el panteón de Sadaic.

Su esposa Inés, sus hijos y nietos y figuras de la música nacional como Eduardo Falú, Teresa Parodi, Atilio Stampone, Néstor Fabián, Zamba Quipildor, Juan Carlos Saravia, Raúl Barboza y José Luis Castiñeira de Dios, se acercaron a la Chacarita para ofrecer un último y definitivo adiós al creador de “Mujeres argentinas” y “Cantata sudamericana”.

“Más allá del inconmensurable dolor que sentimos familiares, compañeros y amigos, la cultura nacional ha sufrido un golpe terrible con la muerte de Ariel”, afirmó el pianista Atilio Stampone, en un sentido discurso de despedida junto al féretro.

“Ariel Ramírez -aseguró Stampone- llevó el folclore a un nivel insospechado de categoría, y el tiempo va a corroborar que fue uno de los grandes músicos argentinos”.

Por su parte, su amigo y compañero de ruta, Eduardo Falú, también despidió al músico con sentidas palabras. “No venimos a despedirte sino a rendirte un homenaje porque aunque se va tu cuerpo nos queda tu espíritu y tu recuerdo, que es una forma de existencia”, aseguró el guitarrista.

“Tus canciones y tu obra te trascienden y quedarán por siempre en el corazón del pueblo”, aseguró Falú, quien señaló la tristeza de los últimos años de amigos y familiares por verse privados de su compañía consciente por la enfermedad con la que perdió su memoria, y dijo que esta vuelta “a la tierra” era una suerte de “liberación”.

Nacido el 4 de septiembre de 1921 en la provincia de Santa Fe, Ariel Ramírez falleció en un nosocomio del sur del Conurbano bonaerense en la noche del jueves, después de permanecer internado en la sala de terapia intensiva por una neumonía y un cuadro de insuficiencia renal. Considerado uno de los máximos autores del cancionero nativo, con su pian

o dio lugar a un fecundo cruce entre la música académica y los sonidos nativos, y encarnó como pocos la posibilidad de hacer coincidir la profunda riqueza rítmica de las músicas argentinas con el legado académico de su impecable formación.

De muy joven viajó por el noroeste argentino y Bolivia para empaparse de los sonidos de su tierra, luego vivió por un tiempo en España e Italia, y en 1955 fundó la Compañía Argentina de Folclore.

Gracias a un fecundo e incansable trabajo como compositor e intérprete, Ramírez fue forjando un camino que le deparó una enorme trascendencia tanto a nivel local como internacional.

Un acabado ejemplo de este trabajo fue su obra “Misa Criolla”, con los Fronterizos como solistas y el Coro de la Cantoría de la Basílica del Socorro, con la dirección del monseñor Jesús Gabriel Segade de 1965, que gozó y goza de prestigio a nivel mundial. Otras piezas esenciales de un cancionero profuso y magnífico son las que compartió con Félix Luna, como los álbumes “Mujeres Argentinas” y “Cantata Sudamericana”.

“Alfonsina y el mar” (zamba de 1969), “La peregrinación” (huella de 1964), “Los caudillos” (cantata épica de 1965), “Antiguo dueño de las flechas (Indio Toba)” (1972) y “París, la libertad” (canción, de 1977), son algunas de sus composiciones que pertenecen al selecto repertorio de las obras escogidas del cancionero nacional.

En su repertorio destacan también “Los inundados” (con Chiche Aizenberg, canción litoraleña de 1960), “Agua y sol del Paraná” (con Miguel Brascó, canción litoraleña de 1950), “El nacimiento del charango” (1958), “Quince estudios para piano” (1975), “Misa por la paz y la justicia” (1980) y “La hermanita perdida” (con Atahualpa Yupanqui, aire de milonga de 1980).

En paralelo con su notable tarea artística, Ramírez fue uno de los impulsores de Sadaic, entidad que presidió entre 1970 y 1976 a la que regresó en 1993, tras la dictadura que lo sacó de su puesto.