EL CARIÑO DE LUCIANO CON LA ABUELA DEL FOLKLORE
Un encuentro entre Mercedes y Luciano Pereyra de hace dos años que testimonió Gente.
–Bueno, confiesen porque todo Buenos Aires lo sabe… ¿Cuándo se han puesto de novios? Además, está de moda: señora grande con joven muy joven…
Mercedes: Señora más que grande: ¡ya tengo setenta y dos! Lucianito (lo abraza, le toca la cabeza) podría ser mi nieto. Mi nietito… Pensá que Araceli, mi nieta, tiene treinta y uno. Enseña musicoterapia. Pobre, las pasó muy mal. Tuvo eso… ¿cómo se llama?
Luciano: Ataque de pánico.
Mercedes: Eso, sí. Y a Leoncito Gieco le pasó lo mismo mientras grababa en Los Angeles. En Córdoba, el año en que murió Lady Di, a mí me subieron al escenario, y a él tuvieron que darle una pastilla. Estaba muy enfermo…
Breve noticia del porqué de este encuentro entre Mercedes Sosa y Luciano Pereyra (25). Para agendar. El viernes 28 de septiembre a las nueve y media de la noche, en el Teatro Español de Neuquén, Luciano y Mercedes (ella, como gran invitada especial) desplegarán un concierto a beneficio del hospital local Castro Rendón, como parte del Programa Petrobrás Energía para los Chicos de ayuda a hospitales. Están en pleno ensayo. Y sigue la charla.
–¿Cómo se conocieron?
Mercedes: A Lucianito lo escuché por primera vez en Cosquín y supe que estaba naciendo una figura muy grande. No sólo por la voz: también por su repertorio y su personalidad. Pensá, Alfredo, que él, solito y su alma, cantó Sólo le pido a Dios en el Vaticano, ¡y ante el Papa! Fue algo muy fuerte… Yo también canté en el Vaticano con ese maravilloso tenor español, Alfredo Kraus. ¡Qué voz y qué persona! Se murió un año después que su mujer. No aguantó la vida sin ella. Mirá lo que es un gran amor…
–¿Se acuerda del tema de Luciano que la impresionó en Cosquín?
–Sí, una chacarera: Chaupi corazón.
Luciano: “Chaupi, chaupi, chaupi, chaupi corazón/ Cuando agarro la guitarra para mis penas matar/ me florece dentro ’el pecho…”
Mercedes: “…este ritmo p’alegrar…”. ¿Sabés? Los folkloristas jóvenes, hoy, tienen suerte. Se les abren muchas puertas. En mi tiempo era mucho más difícil. Ahora está Radio Folklórica, por ejemplo, de la que soy madrina. Bueno, a mí me hacen madrina de todo, por la edad…
–Sí, claro. Nada más que por la edad… ¿A quién se le ocurriría pensar que es por otra cosa?
–(Se ríe) No, en serio. Cuando te homenajean tanto, uno piensa que algo está por pasar… (vuelve a reírse).
–¿Cómo te marcó Mercedes, Luciano?
–Mi padre, Juan Angel, es músico folklorista, y me inculcó el hábito de escuchar todo tipo de música desde los tres años. A esa edad me regalaron la primera guitarra. De muchos me gustan algunos temas, pero de Mercedes… ¡todos!
Mercedes: Hay que abrirse, abrirse. Yo canto cosas de Vinicius, de Chico Buarque, de Caetano, de Tom Jobim… (tararea: “…meu segredo sagrado…”). Me acuerdo de que hace muchos años me invitaron al Carnaval de Brasil, y Vinicius, que estaba con Chico en Mar del Plata, me dijo: “No vayas, Mercedes. ¡Hace mucho calor!”. Además, las muchedumbres me asustan…
Luciano: A mí también. Es mejor verlas por televisión.
Mercedes: Yo he viajado mucho, y seguiré viajando, pero cada día es más difícil. A los Estados Unidos no voy más. Lo siento por el público, pero la última vez la pasé muy mal. Iba en silla de ruedas por mis problemas de cintura, y para revisarme… ¡quisieron sacarme de la silla! Por suerte, el comandante del avión lo impidió. Después, para ir de Chicago a Nueva York, tuve que alquilar una van, ir acostada, y dormida, porque tomé una pastilla somnífera. Fue horrible…
–¿Viajaste mucho, Luciano?
–Sí. Pero salvo aquella vez que canté para el Papa, en Roma, sólo hice giras latinas: Colombia, Ecuador, Venezuela, Chile, Bolivia, Perú, Paraguay, Uruguay…
–¿Pegás fuerte en esos mundos?
–Tengo mis fans, sí. Sobre todo por Amaneciendo, mi primer disco.
–¿Qué significa el recital del 28, en Neuquén, con La Negra?
–Un sueño. Ni más ni menos. Pero doble, porque es solidario.
Mercedes: Para mí también. Con Lucianito ya canté en el Gran Rex, y fue fantástico. Pero en estos días estoy muy triste: se murió Pavarotti, y se mataron dos de Los Tucu Tucu, pobrecitos…
–¿Qué recuerda de su recital con Pavarotti en la cancha de Boca?
–Fue inolvidable, a pesar de que subí al escenario en las peores condiciones. Unos días antes había cantado en Colombia, en la montaña, a las once de la noche, y me agarré un enfriamiento espantoso. Cuando llegó el momento de cantar con Pavarotti estaba enfermísima. ¡Canté con tres inyecciones encima!
–Luciano, cantar con una figura como Mercedes, más allá del orgullo, ¿te da temor?
–Antes del recital, un poco. Pero una vez en el escenario y con ella al lado, todo es paz, y quiero que ese momento sea eterno. Contar con ella es como tener el Angel de la Guarda de mi garganta.
–Mercedes, usted cantó con todos los grandes, y todos los géneros. Pero, ¿hay algún género al que no se le atreva?
–El bolero. Un día vino un productor, desde Miami, y me ofreció grabar boleros, pero le dije que había perdido su tiempo. ¿Para qué voy a cantar boleros, si ya hay uno que en eso es el más grande?
–¿Quién?
–Luis Miguel. Sin discusión. Y en otra época, aquella cubana, Olga Guillot. Mirá: cada uno sabe cómo canta, y cada uno sabe dónde le aprieta el zapato. Lo importante es estudiar canto toda la vida, conocer las técnicas para cuidar la garganta, y saber cuándo decir no. Monserrat Caballé supo exactamente en qué momento dejar de cantar ciertas óperas, porque ya no le daba la voz, y también Pavarotti.
–¿Quiénes son tus compositores preferidos, Luciano?
–Me gustan Fito Páez, Charly García, muchos… ¡pero en la voz de Mercedes!
–¿Qué temas de los que canta Mercedes te dan vuelta?
–Siempre le pido Un vestido y un amor, de Fito, y A Monteros…
Mercedes: A Monteros… “A ella que le gusta que todos la nombren/ con una guitarra y un bombo legüero/ a ella que le gusta que le enciendan coplas/ por eso te nombra mi canto, Monteros…”.
–¿Y a usted, Mercedes, qué temas de Luciano le gustan?
–Siempre le pido Córdoba sin ti.
Luciano: “No es lo mismo Córdoba sin ti/ Veo en sus calles la tristeza que hay en mí/ y no encontrarte me parece una traición/ a mi ternura y a mi pobre corazón”.
Mercedes: ¡Qué bien la cantás! ¡Qué voz tan bella!
(Y de pronto, a capella y a dúo, arrancan con Un vestido y un amor. Un regalo. Un momento que no se puede contar con palabras. Lo siento, lector, pero es así.)
–¿Algún tango, Mercedes?
–“Rara, como encendida/ te hallé bebiendo, linda y fatal…/ Bebías, y en el fragor del champán/ loca reías por no llorar”.
–Los mareados, nada menos. Cobián y Cadícamo, nada menos…
Mercedes: Un tango bendecido… ¿Sabés dónde lo cantábamos, a capella y a coro? En París, con algunos argentinos exiliados. Nos reuníamos los domingos. Uno llevaba carne para el asado, otro vino, otro… Eran momentos muy lindos en tiempos muy duros… Había músicos, pintores, actores, y no hablábamos de política: sólo de la familia, de los amigos, de los recuerdos… Y después de cantar Los mareados no faltaban algunas lágrimas…
Se va la tarde, ahora envuelta en bruma. Mercedes y Luciano se encerrarán a ensayar, en el piano, los temas del recital de Neuquén, donde no faltará Agitando pañuelos, de los hermanos Abalos: “Me fui diciendo adiós/ y en ese adiós quedó encerrado un querer/ Agitando pañuelos me fui/ Qué lindo añorar tu zamba de ayer”. También digo adiós, y me voy, casi en puntas de pie, y lamento que esta nota sólo tenga palabras. En todo caso, lector, póngale música.
Por Alfredo Serra