Una creación periodística de Luis Pedro Toni

El Mural: poder, arte y pasión

Ambientada en los años ’30, El Mural recrea la llegada del pintor mexicano David Alfaro Siqueiros (Bruno Bichir) a una Buenos Aires presidida por Agustín P. Justo y desbordante de disputas políticas, crisis generalizada y fuertes enfrentamientos ideológicos.
Una vez instalado, y tras fracasar su objetivo de realizar uno de sus trabajos en un espacio público de la ciudad, Siqueiros acepta la oferta de Natalio Botana (Luis Machín), dueño del diario Crítica -el más influyente de la época-, y esposo de la escritora Salvadora Medina Onrubia (Ana Celentano). La tarea encomendada: pintar un mural en el sótano de la quinta Los Granados, propiedad del millonario. Así nace Ejercicio Plástico, única obra del muralista en la que deja de lado el tema político y social para retratar la belleza de su mujer, la poetisa uruguaya Blanca Luz Brum (Carla Peterson), quien –mientras se da forma a la pintura- se convierte en amante del poderoso Botana. Pero además de esta relación oculta, otros conflictos tuvieron de testigo a la mansión… Odios, mentiras y secretos que en esta película serán develados.

Héctor Olivera, alma máter de este imponente film, y de otros importantísimos títulos como La Patagonia Rebelde y La Noche De Los Lápices, nos cuenta qué hubo detrás de El Mural…

-¿Cuál fue la señal, la idea ó la cuestión que lo convenció para escribir las primeras líneas del guión?

En 1950, a los 19 años, comencé a trabajar como asistente del productor Eduardo Bedoya quien, junto a Natalio Botana, habían constituido a mediados de los años treinta la empresa Baires Films y construido sus estudios en Don Torcuato. Don Natalio murió en un accidente en 1941, los estudios se alquilaron a Artistas Argentinos Asociados y Eduardo Bedoya fue designado productor ejecutivo de la productora. En los cinco años que fui su asistente, don Eduardo me contó fascinantes historias de los Botana y de Crítica. En esos tiempos el único Botana que visitaba los estudios era Helvio, llamado Poroto, un personaje inolvidable de quien me hice amigo. En esos tiempos visitamos con Bedoya la quinta Los Granados donde conocí el mural que había pintado David Alfaro Siqueiros veinte años antes. Quedé azorado.

-Luego de un largo tiempo de sumergirse en las historias de estas dos personas ¿Qué admira de Botana y qué de Siqueiros?

En realidad, con los años fui pensando en la posibilidad un largo metraje sobre la familia Botana: Natalio, su esposa Salvadora Medina Onrubia, una mujer apasionada y apasionante y sus hijos, en particular Carlos por su especial relación con Salvadora. Había dos escenarios fundamentales, la mencionada quinta y el diario Crítica que fue una institución en el periodismo argentino. Cuando Aries Cinematográfica Argentina, la empresa que fundamos en 1956 con Fernando Ayala, se estabilizó económicamente y comenzó a producir en forma industrial surgía cada tanto el proyecto de la película sobre los Botana pero exigía un enorme e irrecuperable costo debido a la necesidad de reproducir distintas épocas que iban desde principios del siglo veinte hasta la muerte del protagonista. Le lectura de Confieso que he vivido, la autobiografía de Pablo Neruda, me permitió descubrir una historia en la que no había pensado: los Botana sí pero también los Siqueiros, el pintor y su mujer la poeta uruguaya Blanca Luz Brum, otros dos personajes contradictorios y esencialmente cinematográficos, sin dejar de lado a Neruda.

-¿Qué le produjo recrear una época tan particular como la de los años ’30?
Placer, un gran placer. Del punto de vista de la época, una arquitectura con influía por el art decó, una Argentina dominada por un fuerte nacionalismo pero también con manifestaciones comunistas y anarquistas, una Buenos Aires con una gran vida cultural que, entre otros escenarios, se manifestaba en la Asociación Amigos del Arte y la Villa Ocampo de doña Victoria. Esa recreación fue posible gracias al talentoso aporte de Emilio Basaldúa como director de arte y de Graciela Galán como diseñadora del vestuario.

-¿Cómo fue la elección de los protagonistas?

Tuve dos grandes colaboradoras: la directora de casting Eugenia Levin y mi asistente Fabiana Tiscornia que fueron quienes hicieron un primer trabajo de selección y propuestas y, por ejemplo, me propusieron el nombre de Luis Machín que creo que ha logrado un Botana impecable. En cuanto a Ana Celentano y Carla Peterson hace ya tiempo que yo estaba pensando en ellas. Por último, Bruno Bichir, fue una acertada propuesta de mi coproductora mexicana Mónica Lozano.

-Una película de época ¿Se podría haber realizado en nuestro país sin el apoyo del INCAA, como en este caso?

Imposible, sobre todo ahora que se han caído las coproducciones importantes con España. En este caso en particular el Instituto nos dio un apoyo excepcional pues la Presidente del organismo, Liliana Mazure, advirtió lo importante que era que el cine argentino contribuyera a los festejos del Bicentenario con una superproducción de gran calidad.

-¿Qué cosas aprecia de filmar una película en la actualidad y qué extraña del trabajo de filmación en sus primeros años como director?

En lo que a la producción se refiere no extrañé nada pues filmé como si lo hubiera hecho en los años ’40, la llamada época de oro del cine argentino. Tuve todo lo que desee: excelentes locaciones, grandes decorados, maravilloso vestuario, un ejército de maquilladoras, peinadoras, modistas y, principalmente, un personal técnico de primer nivel –capitaneado por el único e insustituible Chango Monti- que, además, trabajaron con los últimos adelantos de la técnica. En esto sí nos diferenciamos de la época del cine industrial ya que, por ejemplo, fue ésta la primera película argentina filmada con una cámara de tres perforaciones en lugar de cuatro y postproducida enteramente en digital.

Javier Olivera, su hijo, fue director adjunto del film ¿Cómo resolvió elegirlo?

Soy un productor responsable y como tal no podía tener un director de 78 años (hoy ya 79) que no tuviera a su lado a un director joven que pudiera reemplazarlo ante cualquier eventualidad. Le propuse a mi hijo Javier (director de series televisivas y de películas, una de ellas memorable como fue El visitante) que no sólo fuera un suplente a la espera de la desgracia sino que colaborara conmigo desde el guión hasta el último proceso, no sólo siendo un colaborador creativo durante el rodaje sino también a partir del guión y haciéndose cargo de dos aspectos muy importantes en la realización: la supervisión de la reconstrucción del mural y la filmación de las escenas en ese escenario sino también la creación junto con los muchachos de 3DN de todos los
efectos digitales del film.

Además de la colaboración autoral de Javier, tuvo la de Antonio Armonía, talentoso escritor y guionista mexicano ¿Qué le pidió específicamente?

Cuando viajé a México DF para arreglar la coproducción con Mónica Lozano, de Alebrije Cine y Video, le pedí tres elementos clave: el actor para personificar a Siqueiros; un guionista para reescribir no sólo los diálogos de este personaje que yo había escrito “en argentino” sino también para enriquecer el rol de este gran muralista, tarea que ejerció con gran talento Antonio Armonía y, por último, un compositor musical porque me parecía conveniente que la banda sonora tuviera en algunos momentos ciertas reminiscencias mexicanas, como lo tuvo la partitura creada por Eduardo Gamboa.

-Su película fue declarada de interés del Bicentenario. Cuando comenzó a escribirla ¿Imaginó un reconocimiento como éste?

Nunca imaginé que la realización de la película coincidiría con la celebración del Bicentenario de la Patria y que el mural Ejercicio Plástico sería un elemento muy importante en su aspecto cultural. Este hecho fortuito nos permitió contar con un apoyo financiero suplementario e imprescindible a partir del momento en que se cayó la coproducción que originalmente debía hacerse con España y que el aporte mexicano resultara inferior al supuesto originalmente, en ambos casos debido a la crisis económica mundial.

Karina Procopio