El superhéroe que se descontroló
“It’s good to be back” (“Es bueno estar de regreso”) es la primera frase que pronuncia Robert Downey Junior en Iron Man 2. Y no hay nada más cierto. La llegada de esta secuela, a casi dos años del estreno de aquella primera aventura del excéntrico millonario convertido en un metálico superhéroe, es una muy buena noticia. Para sus productores, porque seguramente ganarán otra tonelada de dinero. Para los del elenco, que embolsaron altísimos cachets. Y, sobre todo, una excelente noticia para los fanáticos de los comics en general y de esta saga en particular, que pagan felizmente la entrada para ver nuevamente a Downey Junior en la piel de este curioso personaje.
Él es Iron Man, pero es mucho más. Sin él, no habría película. O, en todo caso, no habría una película genial. Sería otro film más de acción, esos que abundan en los videoclubes . Es que no importa lo interesante que sea el guión, los impactantes efectos especiales desplegados o los talentosos artistas convocados. Robert Downey Junior tiene, como actor, su propio “super poder”: opacar todo lo que esté a su lado.
Iron Man está en las antípodas del cliché de “chico tímido que se convierte por accidente en súper héroe”, tan bien encarnado por Peter Parker en El Hombre Araña. Si algo distingue a este personaje del montón de muchachos con poderes sobrehumanos es su condición de millonario arrogante, malcriado, mujeriego y egocéntrico, que solo quiere divertirse y desea ser siempre el centro de atención.
Tony Starks no reniega de su condición de superhéroe ni se esconde detrás de elaboradas mentiras. Él grita a los cuatro vientos que es Iron Man. ¿Cuál es el problema? Ninguno. Le encanta que lo reconozcan, que lo admiren, que inflen su ego. Algo totalmente paradójico si se considera que, por regla, el superhéroe es alguien que sacrifica su vida personal en pos del bien común. No, señores, no es éste el caso. Y algo de lógica tiene: ¿acaso alguien se imagina a Robert Downey Junior con una “S” gigante en su pecho o con antifaz de vampiro, rescatando a algún chico que está por ser arrollado por un auto? No, uno se lo imagina volando con lentes oscuros y un martini en la mano, llevándose a su paso una escultural rubia que seguro estaba metida en algún problema no tan serio. En serio, Iron Man es un rol que al actor le viene como anillo al dedo, y esta segunda película lo confirma en caso de que a alguien le hayan quedado dudas después de ver la primera.
En realidad, para ver esta secuela no importa mucho si se vio la previa. Como es tradición en Hollywood, el film ofrece guiños para los super fanáticos (¡quédense después de los créditos!) pero también se encarga de dejar las cosas más que claras para aquellos que entraron al cine sin saber bien qué película iban a ver. Lo mejor de todo es que las dos clases de espectadores van a salir satisfechos.
En este nuevo capítulo de las aventuras de Iron Man, el superhéroe se enfrenta a amenazas tanto externas como internas. Por una parte, se le acaba el tiempo por graves problemas de salud y, por la otra, debe enfrentar a un feroz malvado vinculado a su pasado que reclama venganza. Como si fuera poco, se suma un tercer problema, que en realidad es el más interesante de todos: este egocéntrico Don Juan está fuera de control, con lo cual termina siendo su propio y peor enemigo.
Acción por montones, una narración dinámica, un reconocido elenco y mucho humor es la exitosa fórmula que explota el director Jon Favreau. Sin duda, este último elemento es clave: Iron Man se ríe de lo difícil que es ir al baño con su pesado traje (incluso queda la duda de si realmente “se hizo” con la ropa puesta) y habla en forma despectiva de los superhéroes que no se animan a dar batalla solos (“No soy de esos que necesitan un compañero”).
Este curioso sentido del humor también se filtra en el antagonista: Mickey Rourke da vida a un extraño malvado que de a ratos es un fortachón boxeador, pero en otros momentos (cuando se pone unos lentes finitos) es un físico especializado y también hacker. Completan el elenco una desdibujada Gwyneth Paltrow, un prolijo Don Cheadle y un enigmático Samuel L. Jackson. De yapa, para que suspire la platea masculina, hay imágenes de la sexy Scarlett Johansson con un traje ajustadito haciendo de super agente secreta. ¿Se puede pedir más?