Fito Páez, música para lo que fue y será
“Siempre uno repite lo mismo pero con el color del momento” dijo Fito en medio del recital en el que presentó su nuevo disco, Confía. Y es difícil no contradecirlo. Últimamente, ya sea volviendo a las fuentes con ese gran álbum que fue Rodolfo, energizándose con El mundo cabe en una canción o melancolizando todo con No si es Baires o Madrid, el rosarino siempre, a través de sus canciones, cuenta historias sobre eso (tan trillado y a la vez tan nuevo en su voz) de darle tiempo al tiempo. Como consecuencia, hay algo de urgencia en sus recitales, de arrebato, de impulsividad.
Anoche, Fito miró otra vez al pasado. Lo hizo con la madurez rabiosa de “Ciudad de pobres corazones”, con la ternura adolescente de “La rueda mágica” o, simplemente, a través de esa suerte de cortometraje doloroso que es “Polaroid de locura ordinaria”. Como si no valiera la pena decodificar el futuro – tarea tan fútil como la de hacerlo con el pasado – las letras de Fito, esas que hablan de lo mismo con otro color, privilegian el momento en que estás (oh, sí, el presente). Esto se vio en la sencillez de la preciosa “Limbo mambo” (donde “solo se trata de caminar”), en la relectura de “Dos días en la vida” llamada “M&M” (donde “la vida dura solo un segundo”) y en otro de esos relatos tan cinematográficos como “La nave espacial” (donde “juraron no volver atrás”), tres buenos momentos de Confía.
Emancipándose de sus nuevas composiciones, Fito, siempre gesticulando de la misma manera, siempre disfrutando de esos clásicos a prueba del paso del tiempo (otra vez el tiempo), canta “El chico de la tapa” como si fuera la primera vez y hace cantar “Cable a tierra” y “Un vestido y un amor” confiando en un público que tiene ciertas frases grabadas a fuego. Así, el concierto fue una suerte de festejo de hits tan contundentes como “Mariposa Tecknicolor”, “Al lado del camino” y “Tumbas de la gloria”. También hubo emoción, sí, pero la emoción de ver al cantautor acompañado nuevamente por Claudio Puyó, quien apareció en “Circo Beat” y dejó su sello en “El amor después del amor”, más intravenosa y pasional que nunca.
Bajo una misma piel y en la misma ceremonia, Fito conmovió especialmente con el estreno de “London Town”, la mejor canción de su nuevo disco, otra de esas composiciones que miran al pasado con dolor pero con el rey sol queriendo abrirse paso: “Lo que fue hermoso nunca más ya lo será. Llueve y está gris, el sol ya vendrá”. Perdido en ese huracán, bajando por el callejón, en un café donde se vieron por casualidad, en la playa del mar que nos unió, en la ciudad de pobres corazones, Fito, con grandes aliados arriba del escenario como Dizzy Espeche y Carlos Vandera, hizo a todo extensiva la letra de “El mundo de hoy” (otro de los bellos temas de Confía) y, de este modo, su show terminó de cristalizarse como un divertido acto de inconsciencia. La gente se acopló, revoleando trapos en “A rodar mi vida” y bailando al ritmo de “Circo Beat”, respondiendo al mandato de que hay que salir al sol. En este sentido, nunca mejor la ejecución de “Llueve sobre mojado” (“después de llover, un relámpago va deshaciendo la oscuridad con besos, que antes de nacer, morirán”), la única de ese disco maldito pero enorme que fue Enemigos íntimos.