La sevillana Gloria López en el Cervantes vale la pena verla
La actriz sevillana Gloria López, al frente de un brillante cuarteto, logra que uno no pueda quitársela de la mente aún después de haberla visto en “La reina de belleza de Leenane”, estrenada en el Cervantes. La obra del inglés de ascendencia irlandesa Martin McDonagh tuvo una versión local en 1999, dirigida por Oscar Barney Finn en el teatro Ateneo y cuyo elenco estaba integrado por Aída Luz (la madre), Leonor Manso (Mauren), Pablo Rago (Ray) y Alejandro Awada (Pato).
Esos papeles son aquí interpretados por Maite Brik -gran actriz catalana, ex integrante de la compañía de Nuria Espert- como la madre, López como Mauren, el intenso Pablo Gómez como el joven Ray y el también efectivo Orencio Ortega como su hermano Pato.
A McDonagh, autor también de “The Pillowman”, se lo ha vinculado al “teatro de la crueldad”, y el mismo dramaturgo se dijo admirador y émulo de Harold Pinter por su maestría para el diálogo y del cineasta Quentin Tarantino por lo tajante de sus imágenes.
Sin embargo, “La reina…” parece una descendiente directa del Arnold Wesker de “Raíces”, “Te hablo de Jerusalén” y todas esas obras rurales y proletarias de los 60 que con un buen mecanismo dramático y de lenguaje suelen inducir a la consumación del milagro teatral.
“La reina…” presenta el enfrentamiento entre la madre y la hija, dos personajes casi lorquianos que viven en la desapacible aldea de Connemara, en el extremo oeste de Irlanda, lugar de tedioso panorama y clima borrascoso.
Esas características envuelven a los habitantes, cuyos jóvenes sólo piensan en la emigración hacia algún punto de Inglaterra, donde son tratados con desprecio y humillación, o mejor hacia los Estados Unidos, que imaginan un sitio pródigo.
Allí estuvo Mauren, la hija cuarentona que debió volver a causa de sus desequilibrios mentales y por haber sufrido segregación, lo que volvió a incentivar sus malos humores e insatisfacciones, incluida la sexual.
Hay lugar entonces para una esgrima verbal sumamente hiriente entre las mujeres, aliviada para la hija con un encuentro íntimo con el mayor de los hermanos, un pobre hombre con el que sueña viajar a Boston, Estados Unidos, patria chica de los hermanos Kennedy, cuya foto preside la cocina de la casa.
Esa huida significará para ella la liberación de esa madre despótica y abusadora, cuya perfidia le permite inmiscuirse en la privacidad de una carta ajena y esencial, en una escena en que la casualidad y la causalidad se dan la mano.
La pieza muestra un asentado mecanismo de relojería en los tres primeros cuartos, aunque la coda final podría ser abreviada en función de la efectividad. Fuera de ese reparo al texto, la dirección de Álvaro Lavín es simplemente ejemplar.
Es difícil no sensibilizarse con la actuación del cuarteto, con trabajos de entrega que reflejan además un profesionalismo lapidario, con buenos manejos de voz y cuerpo y con esa magia que los grandes artistas pueden transmitir.
Así quedó demostrado en la noche del estreno, cuando los intérpretes debieron acudir tres veces a saludar frente a las ovaciones del público, una situación que, en ocasiones forzada, no se veía desde hace mucho en nuestros escenarios.
“La reina de belleza de Leenane”, con traducción y adaptación de Vicky Peña, se ofrece en la sala Orestes Caviglia del Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815, de jueves a sábados a las 21.30 y domingos a las 20.telam Por Héctor Puyo.