Lidia Catalano vive con fascinación un momento teatral ruso
Sonya fue la soñadora joven de “Tío Vania” y Andrey un marido maltratado y venal en “Tres hermanas”. Con adaptación y dirección de Marcelo Moncarz -y asistencia de dirección de Pedro Ferreyra- los argentinos se ponen en la piel de esos rusos soñadores, intensos y extremadamente humanos.
“Siempre tuvimos intención de trabajar juntos con Marcelo Moncarz -comentó Catalano en diálogo en Télam-, hasta que llegamos a `Afterplay`, de Brian Friel, de quien yo había hecho `Danza de verano`.”
La primera lectura fascinó a la actriz y eso provocó la convocatoria de la traductora, Vilma Ferrari, y del coequiper Moyano: “Un día me llamó Lidia y me preguntó si quería que hiciéramos algo juntos, y a mí me pareció bárbaro”, acotó el intérprete.
“Cuando leí la obra le dije al director que era muy difícil, porque si no se la hace bien puede salir una conversación de café -continuó-, pero a mí me gusta la cosa difícil, y así fue cómo empezamos a trabajar.”
Para Catalano no hace falta que el público que vea la pieza conozca los originales chejovianos, “aunque cuando se termina de ver una obra uno a veces se pregunta qué pasará con esos personajes que quedaron en el escenario, qué será de su futuro”.
“Brian Friel, que es un loco enamorado de Chéjov e hizo infinidad de versiones y traducciones y también revisó `El oso` y`La dama del perrito`, toma los personajes de Sonya y Andrey con todo un pasado que para nosotros, actores, nos sirve como guía”, dijo acerca de la pieza que se ofrece los sábados a las 21 y los domingos a las 20.30 en Andamio 90 (Paraná 660, Capital).
Entre el presente escénico y las ficciones originales “ha pasado muchísimo tiempo y si bien uno mantiene esa cosa que tenía Sonya en su juventud, con la admiración y el temor que le produce Elena, la hermosa segunda esposa de Serébriakov, y que termina quitándole a Mijaíl, el único hombre que pasó por su vida”.
“Sonya y Andrey son dos personajes distintos pero a los que les pasan casi las mismas cosas -aportó Moyano, en el escenario un eslavo perfecto-, son dos fracasados tremendos en el amor, en todo.”
Catalano resumió: “Tienen el mandato de sostener eso que en esta obra, con el crecimiento y las palabras de Friel, se va mostrando, que es el momento donde se le produce el tembladeral”.
“Es un momento espantoso en el que ella, en la segunda noche de encuentro, decide tomar alcohol y lo ve a ese pobre, que está más loco que una cabra, por el que además siente una atracción -añadió-. Es un hombre que le habla y la hace reír, y entonces apuesta a darle también vodka.”
Esa comunión de personas desgraciadas que comienzan a conocerse en momentos tan graves es vivida por los intérpretes como un saludable encuentro humano.
Para Moyano, “el vodka es un elemento que ella utiliza como también lo usa con su amante en Tío Vania, seguramente para hacer el amor con ese personaje que le causó tanto dolor en el pasado. El es naturalmente un borracho y quiere que Sonya se emborrache”.
“Hay entre ambos -coincidió Catalano- distintos matices de seducción, de querer aparentar. El, miente, por ejemplo; me quiere hacer creer que toca en una orquesta en el Teatro de la Opera, y todo eso es de una riqueza tan hermosa, que hace más disfrutable esta obra de texto y de cámara.”
Los actores contaron que pasan la letra antes de cada función y que, tomados de las manos, saltan y juegan como chicos, “porque tiene que haber una poesía y una armonía que nos divierta” que reivindique el eterno juego de la escena, aun con personajes mayores que no pudieron ser felices sin su propia imaginación