Una creación periodística de Luis Pedro Toni

MURIO JOSE MARIA CAMAROTTI, CORRESPONSAL DE GUERRA,PRIMERO EN EL DESEMBARCO EN MALVINAS EN 1982

Este sábado falleció en Buenos Aires, a los 73 anos, el periodista José María Camarotti, corresponsal de guerra, quien trabajo mas de dos décadas en La Razón, además de haber sido colaborador de La Prensa,La Capital de Mar del Plata, varias revistas y La nueva provincia de Bahía Blanca. Camarotti tuvo importante tarea ya que fue el primer periodista como corresponsal de guerra que desembarco en las Islas Malvinas el 2 d abril de 1982, quien de una manera muy precaria pudo enviar el primer despacho del desembarco en dialogo radial – telefónico con el entonces director del vespertino La Razón, Félix Laino.

Los restos de Camarotti son velados en Carlos Calvo y Combate de los Pozos y recibirán sepultura cristiana mañana a las 11 en el cementerio de la Chacarita.

La especialidad de Camarotti fue el tratamiento de informes militares realizados con solvencia profesional ya que era uno de los pocos corresponsales bélicos del país. Estaba casado y siempre se manejo en su vida sin ninguna pretensión exhibicionista, introvertido, hombre de bien y de su familia y de sincera amistad , creemos que se debe haber llevado a la tumba muchos secretos de los anos mas difíciles de la argentina, los que todavía se siguen interpretando a veces de manera ligera y con frágiles fundamentos. A modo de homenaje rescatamos algunos apuntes del periodista fallecido sobre aquellos días de la invasión en 1982. L.P.T.

ALGUNOS RECUERDOS EMOTIVOS Y OTROS, TAL VEZ INFORMALES,
DEL DESEMBARCO EN LA ISLAS MALVINAS EL 2 DE ABRIL DE 1982

* Por José María Camarotti

En mi condición de periodista, enviado por el diario “La Razón”, luego de sendos llamados desde Puerto Belgrano del contralmirante Carlos Büsser a mí mismo y al subdirector del diario, hoy fallecido, Félix Laiño, me hice presente apenas unas horas después, en la Base. El almirante Büsser me habló, vagamente, de “unos ejercicios inusuales, aunque importantes”. Fue el domingo 28 de marzo de aquel año trascendente.

A primera hora de la mañana me indicó: ” a mediodía embarcamos”. También se me invitó a comunicarme con mi familia, desde el teléfono conectado al mismo buque de desembarco “Cabo San Antonio” para hacer saber que, por unos días, no tendrían noticias mías, a fin de aliviar inquietudes, harto probables. Mi esposa se reponía de una operación menor, pero comprendió el imperativo del deber de informar, que es el eje de la vida del periodista. Cuando llegué al muelle supe que se embarcaban también dos representantes del diario “La Nueva Provincia” Salvador Femández y el reportero gráfico que lo acompañaba Osvaldo Zurlo, según órdenes del Comandante de Operaciones Navales vicealmirante J.J. Lombardo. Algo confuso por el inusual movimiento, que incluía el izado continuo al buque de vehículos anfibio a oruga (V AO) o la presencia de un grupo de soldados del Ejército, que estaban encabezados por el entonces teniente coronel Mohamed Alí Seineldín. Finalmente, la cubierta quedó atestada de VAO, fuertemente amarrados, destinados al desembarco. Era la preparación para afrontar los movimientos bruscos, el rolido en todos los sentidos imaginados de una nave, en aquellas latitudes del mar. Otros detalles han sido generosamente abordados ( y con mayor autoridad y conocimiento) en números anteriores de esta misma publicación, incluida la arenga del almirante Büsser, al comunicar por altavoces a las tropas a bordo la misión que iríamos a cumplir. Fue ello de abril, al caer la tarde una, curiosamente, más luminosa que de costumbre en esas zonas de mar gris negruzco, embravecido por el viento y las tormentas. El cielo refleja siempre tinieblas que parecen venir desde el remoto fondo de las aguas, con sus incesantes y a veces gigantescas olas, que barrían la cubierta. Invitado a recordar algunas anécdotas haré referencias, apenas concretas, a algunos episodios aislados: 1) la adaptación a dormir en una cucheta en uno de los niveles bajos del buque, no es menos sencilla que comer en platos que “bailan” al compás de los rolidos (algunos de hasta 45 grados); 2) intranquiliza ver, en medio de un temporal, un voluminoso V Aa (algo así como un equivalente a un pesado tanque de guerra) suelto de sus amarras y notar la lucha desesperada por “enlazarlo” de audaces infantes de marina, cuidando no caer ellos mismos al mar. 3) Menos dramático fue un episodio personal que puedo relatar sin magullones ni marcas, gracias a un oportuno consejo. Embarcado en el V Aa comando junto al almirante Büsser y sus colaboradores, entre una maraña de radios y otros medios de comunicación incansables con transmisiones simultáneas desde buques, Malvinas y hasta de Puerto Belgrano, había atinado, de pie por falta de espacio a tener en mis manos, algo fascinado por tal ajetreo, un casco de guerra que me entregaron al entrar al anfibio. Un marino, mientras navegaba el V Aa, tras salir de las entrañas del “Cabo San Antonio” me recomendó, con cierto tono imperativo, que luego entendí, que me lo pusiera. Como buen novato en esas lides, obedecí. A los pocos minutos, el V Aa comenzó a rodar de improviso sobre pedregullo y mi casco sonó con la fuerza de una campana contra el techo del vehículo. Habíamos llegado a la playa. Desde que estábamos por abordarlo, todo ocurría con un telón de fondo de tiroteos que provenían de las islas, a las que volvíamos los argentinos con ánimo de recuperación, tras un siglo y medio de usurpación británica. 4) Cuando el almirante Büsser fue a parlamentar a casa del gobernador inglés, ayudé a improvisar con una bolsa de residuos, gracias a Dios, blanca, la bandera de paz que empuñaron, en manos del comandante del desembarco en el trayecto a pie. Les acuciaba obtener no solo la rendición, cuando ya la recuperación era un hecho, sino poder atender a los heridos, misión que no se pudo cumplir en su totalidad, en el caso del primer caído argentino, el capitán de fragata Pedro Giachino, que se desangraba, mientras los ingleses disparaban a quien intentara rescatarlo de entre ambos grupos. Por último (habría mucho más, que alguna vez contaremos) vive en mi memoria, nítida, la imagen de como cobijaba a Giachino, moribundo, en un Land Rover que se dirigió al hospital, el ayudante de Büsser, su compañero y camarada (años después almirante y comandante de la Infantería de Marina) capitán oscar A. Monnereau, con desesperación patente en el rostro.

También porque me atañe, la que fue segunda orden imperativa de uno de los servidores del VAO que estaba en la torreta, cuando aguardábamos y yo había descendido, solo para ver casas bajas, como deshabitadas, con las cortinas celosamente corridas y en las calles vacías del hasta entonces Puerto Stanley transitadas, solo de vez en cuando, por infantes de marina que llevaban apuntándoles, a civiles de la Fuerza de “kelpers,”, nada inocentes en sus intenciones, si había que juzgar por las armas que aun portaban como, por ejemplo, una bazooka.

“!Suba ya mismo!” fueron sus palabras y a modo de explicación, mientras era obedecido por su novel protegido, agregó: “están tirando con matagatos”, alusión que nunca supe si era a algún arma de calibre 22 que yo, como buen debutante, ni siquiera oía. Hasta aquí llegamos en este relato, agradeciendo a “LA GACETA MAL VINENSE” su invitación. Hemos obviado la médula de aquello que estuvo en juego ese día, ya incorporado a la historia, aunque todavía se polemice.

* Corresponsal de guerra acreditado ante el Ejército Argentino

EN RECUADRO DENTRO DEL TEXTO ANTERIOR

VERDADEROS HÉROES

En mi caso, el suceso se constituyó en la posibilidad de dar una primicia casi mundial, desde el lugar del hecho, ya que fue la primera información ulterior que salió de un periodista para un medio, en este caso, la extinguida LA RAZON tradicional. Además publicada, en esas condiciones, en la sexta edición del mismo 2 de abril de 1982, ya ocurrido el desembarco y es, tal vez única, como vivencia personal. Si le añadimos el contexto histórico, el episodio asume, por cierto, otra dimensión. Pero en verdad, quisiera destacar la acción de los periodistas en las islas, en especial de aquellos que, durante la ofensiva británica debieron aguantar a pie firme junto a los soldados los cañoneos, bombardeos y otras calamidades. No sólo fueron corresponsales de guerra, como el tan injustamente agraviado (al punto que hoy despliega su extraordinaria destreza profesional en el exterior del país)Nicolás Kasanzew, sino también enviados especiales de la agencia TELAM, camarógrafos, reporteros y otros casi anónimos.

Fueron 45 días bajo fuego durante el accionar bélico del mayor despliegue de Gran Bretaña, después de la Segunda Guerra Mundial. No es poco, es una muestra de heroísmo, ante la que merecen mi reverencia. Tanto como los soldados, infantes de marina, pilotos, suboficiales y oficiales en el mismo trance, así como otros civiles llevados para atender servicios públicos o los marinos mercantes y tripulantes de pesqueros. Hubo durante las hostilidades 18 muertos civiles, de ellos 15 marinos mercantes. Las bombas y los misiles no llevan nombre y apellido… Tampoco la metralla y otros proyectiles.