Una creación periodística de Luis Pedro Toni

“RAPSODIA” O LA APOTEOSIS DE LA DANZA ESPAÑOLA

El Ballet Español de Carlos Vilán se despedía el pasado domingo del Nuevo Teatro Alcalá entre aromas de incienso.
No resulta frecuente ver al público de Madrid ovacionando en pie al final de un espectáculo, pero es que pocas veces puede contemplarse un espectáculo de esta calidad. Y el público sabe reconocer lo extraordinario cuando lo tiene delante.

Apoteosis, palabra de origen griego, significa deificar, elevar algo o a alguien al rango de los dioses. Los romanos la empleaban como sinónimo de las ceremonias en las que sus emperadores recibían honores divinos, ocasión en la que se soltaba un águila para que volase hasta los cielos como símbolo del espíritu que se elevaba a las máximas alturas.

Pues bien, eso es precisamente “Rapsodia”: una exaltación del baile español, un estallido de emociones alcanzando su cenit sobre el escenario, ofrecido por un elenco que se entrega totalmente en este prodigioso holocausto. Las tablas sirven de lugar de encuentro para la compleja diversidad de nuestra danza.

Así, se van entretejiendo la bolera y el flamenco, lo goyesco y lo tradicional, con el toque de frescura que aporta la experiencia contemporánea. Del mismo modo, cada una de las figuras despliega un estilo diferente. Trinidad Artíguez encarna el flamenco más puro y apasionado, alcanzando cotas de enorme intensidad dramática, mientras Gemma Morado despliega sofisticación y picardía, formando pareja en danza bolera con un prodigioso David Sánchez, sin duda uno de los mejores bailarines de esta modalidad. Juan Carlos Calleja pone su contrapunto de bailaor elegante y versátil.
Las bellísimas coreografías de Carlos Vilán fluyen con engañosa desenvoltura; solo un gran trabajo entre bastidores puede hacer que el cuerpo de baile transmita tanta naturalidad… Sin dejar al mismo tiempo de contagiar al patio de butacas del entusiasmo y la alegría que rebosan los bailarines.

Hay momentos en los que el espectador no puede evitar estremecerse, y hasta hacen su aparición algunos pañuelos. Estremecimientos a los que no es ajena la música de nuestros mejores maestros: Albéniz, Granados, Rodrigo, Turina, Falla…

La Farruca del Molinero de “El Sombrero de Tres Picos”, en coreografía de Antonio el Bailarín adaptada por Carlos Vilán, muy distinta de la versión agabachada de Massine, es aquí bailada por un David Sánchez que la ejecuta – valga el término taurino en aras de la exactitud – con desafiante poderío. No olvidemos que en Carlos Vilán se recoge el legado de los más grandes de nuestro baile, el de la familia Pericet –fue discípulo de Luisa Pericet en Argentina- y el de Antonio Ruiz Soler, en cuya compañía fue principal.

El adagio de “El Concierto de Aranjuez” deja sin aliento. Carlos Vilán, que interpreta la tragedia del Maestro Rodrigo, termina arrastrado por su propia fuerza, bailando desde la misma entraña, con un desgarro que sacude el alma. Con Trinidad Artíguez en el papel de Victoria, la esposa del maestro, compone uno de los números de danza más hermosos que se han visto en un teatro. Eter.com (Revista de danza de España)