“Transformers II”, de Michael Bay con Megan Fox es más de lo mismo
Catarata de sonidos metálicos, imágenes con cámara en movimiento continuo y música omnipresente -tanto que en el único plano en el que no la hay, se siente el “vacío”-, la secuela de Transformers es más de lo mismo. Lo que no está para nada mal: el problema surge en que lo mismo aquí es reiteración de despliegue visual, que luce, pero sin ideas.
Un pedacito de metal que quedó en un bolsillo perdido del joven Sam luego de la primera guerra en la Tierra entre Decepticons y Autobots (los Transformers en general) origina la secuela. Megatron, el malo Decepticon, vuelve a la vida una vez que otros aliados lo roban de una base militar, y quiere venganza.
Ya está.
Roberto Orci y Alex Kurtzman suelen ser menos esquemáticos a la hora de escribir los guiones para J.J. Abrams (Misión: imposible III, Star Trek), pero aquí no crearon nada, son meros enhebradores de escenas. Si hasta los productores de efectos podrían discutirle a Michael Bay el crédito de director.
Entre tanto acero lustroso y ruidoso, queda algún resquicio como para pensar en qué otro género cinematográfico tal vez Megan Fox podría lucir mejor, y ciertamente no hay nadie como Michael Bay para que la encuadre y ralentee sus movimientos más ondulantes. Pero como el director de ese otro batracio enorme que se tituló Amageddon -con la que esta Transformers tiene muchos puntos en común en la estética y la incoherencia del guión- también le gusta ensalzar a los soldados, los uniformes militares y los aviones de caza, no es justo que la linda-con-los-labios-entreabiertos tenga tamaña competencia.
Pero donde pierden por goleada los humanos, esos seres de carne y hueso que de a ratos cruzan la pantalla, es en la confrontación con los presumiblemente más cúbicos robots, sean de los buenos o de los malos. Shia LaBeouf, como el adolescente que trata de destetarse de los padres, el joven que vive el primer amor, no para de hacer morisquetas; Megan Fox genera atención por si las explosiones y/o los robots agotan al público masculino, y John Turturro está como el comic relief cuando podría rendir mucho más si le dieran con qué.
La película es, en síntesis, el ejemplo de que no siempre más es mejor. Dura más, se gastó más plata (200 millones de dólares que, sí, se ven, es más ruidosa, tiene más peleas, más Megan Fox, más acero (o chatarra), pero lo que destaca al final a Transformers: la venganza de los caídos es lo que tiene de menos: ingenio, coherencia o credibilidad -si caben-. El que vaya, ya va avisado de lo que encontrará. No se gasten en quedarse a ver los créditos finales, porque no pasa nada: pasa lo mismo durante los 149 minutos. Pablo Sholtz, Clarin digital.