Una creación periodística de Luis Pedro Toni

Los símbolos de la presentación del Royal Baby

Las casualidades no existen. Menos en la vida de personas como Kate Middleton y el príncipe Guillermo. Todo lo que hacen y dicen está orquestado para lanzar varios mensajes. Deben ser directos. Hay poco tiempo y la audiencia es feroz y tiene un móvil en la mano.

Ayer, durante el debut del pequeño príncipe sin nombre, tuvimos acceso a una serie de gestos y símbolos cargados de significado.

Sobre el vestido azul de lunares de Jenny Packham hay ya mucha literatura. Ojo con el adverbio “ya”. No, no se vende online. Es una creación ad hoc para la duquesa de Cambridge. Existía otro igual color rosa por si el heredero era heredera. El vestido nos cuenta cosas: no es ni snob ni un producto de la moda masiva, un poco como ella. También es un guiño a la princesa Diana, que en el siglo pasado eligió a los inofensivos lunares para presentar al príncipe Guillermo. Otro mensaje: ya no se ocultan las tripas. Ni antes del embarazo ni después. Menos mal. Y se pueden enseñar piernas bien hidratadas. El calzado, que nunca es azaroso, mucho menos aquí. Hablamos de unas alpargatas, siempre ligadas a lo artesanal, de la marca Pied a Terre. Y sí, hablamos de algo de cuña, que una cosa es acabar de tener un bebé y otra presentarse ante el mundo con zapato plano.

El recién nacido iba envuelto en una prenda de Aden + Anais. Es una manta 100% algodón que imagino ahora venderán por miles. Es una firma de nuevo, ni snob ni masiva. La firma, que sí vende online, es australiana. Todo queda en la Commonwealth.

Hubo aplausos. Muchos. Intentamos imaginar una escena parecida en España ahora y no nos sale.

Habló el príncipe unos minutos y, oh, habló ella durante segundos. Oh. Kate habla. Pero poco. Todo muy articulado. Hubo poca improvisación pero muchas sonrisas.

El padre, faltaría más, cogió al niño y luego se encargó de meterlo en el coche en la silla. Cuando él nació, el príncipe Carlos también lo cogió, pero lo de cargar una silla ultrasegura y meterlo en un coche en los 80 no se contemplaba. Y el príncipe de Gales, menos.