Una creación periodística de Luis Pedro Toni

El incendio de abril, chispa revolucionaria

En El incendio de abril, Miguel Torres escribe una perfecta novela en tres actos, una sinfonía literaria maravillosa. Escribo sinfonía como sinónimo de innumerables instrumentos narrativos; giros, pausas, satira, y personajes que enriquecen las páginas. En esta segunda entrega después del crimen del siglo nos encontramos con complots, espías internacionales, laberintos y a su protagonista, Juan Roa Sierra, como una individualidad única en su especie.

El incendio de abril logra reconstruir el “Bogotazo” desde todas las voces imaginables: la prostituta, el político, el médico, inclusive el muerto que dice: “A eso vine: a matar o a que me mataran. Ya cumplí”. Da una visión de totalidad de los eventos ocurridos después de la muerte del caudillo: enfrentamientos armados, linchamientos, quema de edificios, saqueos… una revolución frustrada. Mediante una estructura narrativa cuidadosamente meditada, se logra reconstruir la historia a partir de sus añicos, sin pretender borrarlos ni fundirlos en una imposible unidad sin fisuras. La revolución es el incendio, que en este caso comenzó el 9 de abril.

Es sorprendente la tarea lograda por Torres para convertir los testimonios en ficción. La historia nacional está hecha de cuerpos, instrumentos para reflejar un mundo en sus voces. Hay una visión optimista de la comunidad nacional: se logra trascender el linaje de sangre. 

La segunda parte de la novela desmarca la narrativa de la inmediatez del testimonio que da cuenta de un momento particular y se la juega por seguir las evoluciones de una mujer, Ana Barbusse, quien busca desesperadamente a su pareja en medio del infernal centro de la ciudad. En lugar de encontrarla, la mujer da con un niño abandonado y se lo lleva a casa.

La tercera y última parte de la novela es la más divertida, por cuanto satiriza con fino humor las prácticas y el discurso de las élites bogotanas de entonces. En ella cuenta, las peripecias de los Santamaría, los Umaña, los Urrutia, tratando de escapar de las multitudes enardecidas refugiándose en una casona abandonada y a la venta, que se encuentra aparentemente  a salvo por la reja y los jardines descuidados, lejos de la calle principal del barrio por la que entraría la “chusma” a lincharlos. La última escena es una promesa donde se conjugan redención y fantasía política.

Sinopsis:

La ciudad es el cadáver inmenso de una muchedumbre sin esperanzas. Viernes 9 de abril de 1948. Jorge Eliécer Gaitán ha sido asesinado. Y cada rincón de la ciudad, cada voz enardecida, atónita o angustiada, se pronuncia para narrar los hechos que hicieron de Bogotá un caos lleno de rabia y dolor. La palabra pasa de boca en boca para construir el mapa de este lugar que terminará en llamas.

Un historiador ve cómo se tambalea Gaitán después de oír dos disparos. Un taxista decide no limpiar nunca la sangre que dejó el moribundo en su cojinería. Un cura reza para que el herido muera. Un linotipista deja a su esposa y a su hijita enferma para ir a llorar entre la multitud la muerte del caudillo. Unos policías se visten de civil para unirse a la horda que clama venganza. Una mujer celosa mata a su marido y lo oculta entre un reguero de muertos.

Y en la noche, cuando la ciudad encarna la ruina y el desastre, Ana busca con insistencia amorosa a su marido mientras los dueños de las mansiones al norte de la ciudad, entregados a su imaginación y escondidos en una casa abandonada, esperan el amanecer y especulan sobre el desastre y sus posibles consecuencias.

Páginas: 358. Editorial: Alfaguara