Serrat inauguró una extensa gira por el país con su “Antología desordenada”
Aun con la voz de un cantor de 71 años -naturalmente esmerilada- y ya sin el trazo compositor que atizó al mundo desde los ’60, el catalán Joan Manuel Serrat refrendó, en el inicio de su gira por la Argentina -a modo de celebración de sus 50 años en los escenarios-, la estatura artística que lo convirtió en una referencia para todos los cantautores de habla hispana.
“Antología desordenada” es el título y la justa denominación del repertorio con el que Serrat entrelazó anoche en el Gran Rex canciones maceradas por una caligrafía de valor universal con otras composiciones íntimas de su gusto y algunas que, acaso caprichosamente, se convirtieron en emblemas de una obra vasta.
Se advierte, en primer término, que esta faena retrospectiva que se propuso Serrat le devolvió una profundidad que su obra resiste y que a veces se desvanecía en sus aparciones en dúo con Joaquín Sabina en los últimos años. Aquella dinámica de par le imponía otro esquema al espectáculo, acaso distante de los climas propios de un trovador.
El prólogo del concierto, con tres canciones con letras trabajadas que demandan una escucha atenta del público, fueron una demostración de ese enunciado. “El carrusel del Furo”, “De vez en cuándo la vida” y una versión rítmica de “Cartón piedra” fundamentaron ese aserto con rapidez.
El estrecho vínculo del catalán con el público argentino presentó sus desafíos. Sobraron evidencias de una propensión al aplauso antes del mérito; y, es justo reconocer, en esa circunstancia Serrat ofreció una sostenida pericia para no derrumbarse en el discurso de la demagogia ni relajar las exigencias vocales.
En ese tránsito se sucedieron canciones de diversa procedencia. Himnos como “Algo personal”, con versos retocados a los tiempos del conservadurismo europeo; canciones morosas como “Letra de niño silvestre”; y otras que representaron un tiempo definido de su carrera como “El sur también existe”, con letra del poeta uruguayo Mario Benedetti.
El segmento con un guiño a su repertorio en catalán -con “Canción de Cuna” y “Palabras de amor”- y enseguida su versión -acompañada solo por el piano de Ricardo Miralles- de “Vendedor de yuyos” (Atahualpa Yupanqui) marcaron acaso el momento más profundo de la noche, lejos de toda estridencia.
Hubo, por supuesto, una sección reservada para canciones invictas de su repertorio como “Mediterráneo”, “Lucía”, “Aquellas pequeñas cosas”, “Cantares” o “Para la libertad”, que serían difíciles de expulsar de una antología, incluso de una desordenada.
Aun acompañado por Josep Mas (teclados), Vicente Climent (batería), David Palau (guitarra) y Raui Ferrer (bajo y contrabajo) -además de Miralles-, Serrat se regocijó -y el público así esperaba- con sucesivos monólogos que, en un intérprete de edad, funcionan como un necesario descanso.
El extenso recorrido del concierto no fue suficiente para expulsar la sensación de que buena parte de lo mejor que ha dejado Serrat en el mundo de la canción quedó fuera del programa. Y no deja de ser una buena noticia que su obra -a esta altura- se rebele en el intento de ser abrazada en un sólo acto.
Esa idea se compensará, quizás, con el calendario de conciertos que el catalán tiene programados en el Grand Rex (7, 9, 10, 13, 14, 29 y 30 de marzo y 7 y 8 de abril) y en otras salas del país (16 en Mendoza, 18 en Neuquén, 21 y 22 en La Plata, 24 y 25 en Rosario, 27 en Córdoba, 4 de abril en Mar del Plata, 10 y 11 en Tucumán y el 13 en Salta). (Télam)