Otro perfil: Juana Viale se luce en el teatro Picadero
La actriz sorprende en una atendible obra experimental que comparte con la uruguaya Victoria Céspedes, con texto y dirección de Luis Barrales. En el teatro Picadero Ciudad Autónoma de Buenos Aires . Con una chelista (Ángela Acuña) que va pautando los ritmos, la pieza trata sobre dos mujeres jóvenes de orígenes distinos que especulan con la posibilidad de una consanguineidad real, con el instrumento de un ADN que nunca terminarán de comprobar.
El encuentro no se estanca en esa circunstancia, sino que Barrales hace incursionar a sus criaturas por caminos diversos que incluyen una inevitable amistad, la posibilidad de una relación lésbica o incluso un juego de madre e hija.
Lo que se investiga es esa imposibilidad de conocer al otro -e incluso la de conocerse a uno mismo- en los saludables tiempos en que las relaciones humanas se liberan de roles fijos y pueden tomar otras direcciones.
Hay por momentos una disociación entre el presente de los personajes y un espacio lejano, posible, como si la construcción de las identidades corriera por otra dimensión y las mentes estuvieran unidas para elucubrarlas.
Quienes carecen de hermanos -esas chicas suponen pero no saben- pueden carecer de esa necesidad de identificación, de afecto tangible, porque suponer ese vínculo desde afuera puede ser como la frustración del melómano que no sabe leer partituras.
Algunos han querido ver trazas del Plan Cóndor y el secuestro de bebés durante las dictaduras en la región, pero más allá de que director y actrices provengan de tres países no hay indicios claros sobre el asunto, que enfila por lo relatado.
La única relación escénica con las generaciones precedentes es una voz en “off” femenina y chilena que abre la acción y la cierra, que con excelente modulación desgrana algunos indicios sobre la existencia y sus misterios.
Lo interesante de la puesta es que las actrices se mueven con un evidente encuentro agonal, para el que el director se sirve de una particular mesa de vidrio con ruedas y patas desiguales, y donde además hay aciertos en la pauta musical y en las luces.
Viale y Céspedes son dos sensuales treintañeras, pero en cualquier momento pueden cambiar y ser niñas, madres, compañeras de juegos, en un sinfín imaginativo que el texto maneja sin transiciones y con abundante poesía.
Pero además, cuando alguien se quita los prejuicios y comprueba que Juana Viale es algo más que una figura mediática con una abuela polémica y, bajo la batuta de Barrales, la intérprete adquiere una altura de interpretación para tener en cuenta.
Ya había mostrado una encomiable seriedad en “La ceremonia”, en 2011, dirigida por Luis Romero, y fue una popular protagonista en los ciclos televisivos “Mujeres asesinas” y “Malparida”, pero aquí establece un excelente vínculo con la bella Céspedes, que la dirección aprovecha con eficacia.
La obra tuvo un recorrido inusual, se estrenó en Santiago de Chile, donde Barrales es un director controvertido y cotizado, y luego de vio en una sala de Montevideo -en ambos casos con buenas críticas-, para luego ocupar un escenario municipal porteño y recalar por fin en El Picadero.
Con un motor que aprieta el pedal de lo cíclico, el tiempo de la obra es difícil de discernir porque no tiene un relato corriente: da la sensación de una cinta que podría comenzar en cualquier momento, volver a pasar por sus temas y terminar a voluntad del autor y director.
Eso sí, como sucede muchas veces en la escena contemporánea y joven, quedan algunos cabos por atar, seguramente en forma voluntaria, entre ellos el misterio del título “La sangre de los árboles”, sonoro y de libre interpretación.
La obra se presenta en el teatro El Picadero, Enrique Santos Discépolo 1857, jueves y domingos a las 20.30 y viernes y sábados a las 22. (Télam).