“Custodios del secreto”, tercera entrega de la saga de María Correa Luna
Agustín Riglos y Ana Beltrán están felizmente casados. Ambos lejos de Interpol, la agencia que durante años los manipuló, mantuvo cautivos, y lejos de poder vivir lo que sienten. Ya casados y disfrutando de la vida compartida, aman cada instante de su convivencia; el café de la mañana, hacer el amor, caminar y por supuesto el trabajo. Ella sigue como médica forense y criminóloga en su laboratorio “Mesa de Piedra”.
Él por su parte se hizo cargo de la editorial Centauro, antes perteneciente a su fallecido suegro. Esta feliz de haber recuperado su identidad. Ya no más Agente Cero, Uróboro, o Marcos Gutiérrez, simplemente Agustín Riglos. Otro tanto le pasa a Ana, pero sin tantos fantasmas. Hasta que empiezan a aparecer torsos desmembrados sin una gota de sangre y sin cabeza en diferentes catedrales. Ninguno de los dos duda, “La legión” está de vuelta. Aunque no entienden por qué, si ya poseen la “Tabla Esmeralda” que fue robada de las oficinas de Europol por la doble agente Evelyn Hall. Uno de los torsos sin brazos, ni cabeza que encuentran el comisario Justo Zapiola, Verónica Avalos, Ana Beltrán y el profesor Prader, pertenece a la ladrona de la tabla.
Román Benegas, agente y amigo de Riglos lo llama para ponerlo sobre aviso de la situación. Agustín, quién ya está al tanto de todo, le asegura que Diaco, cabeza de “La legión” está de regreso. Lo que el agente Cero no le dice a Benegas es que tiene la leve sospecha de que el líder de la banda buscará venganza.
Cuatro torsos, y Beltrán metida a fondo en la investigación. Riglos se mantiene fuera de juego. Ya le costó bastante recuperar su identidad, y el amor de su esposa. Hasta que el celular de Agustín suena y la voz del otro lado le confirman su sospecha. La advertencia es clara: “deja a tu mujer o ella también morirá. La tenemos vigilada las 24 horas”. Es Diaco, y viene a cobrarse la traición de Uróboro. La abandona de madrugada, mientras Ana duerme. Ella no puede saber nada, y no puede correr más peligros de los que ya sufrió. El nudo en el pecho es insoportable, y él debe enfrentar a su enemigo sin tener puntos débiles. Se va sin mirar atrás, pero con un objetivo; acabar con la organización terrorista que mantiene vigilada y en peligro la vida de la mujer que ama. En tanto, en el mismísimo Vaticano aparece muerto con un tiro en la frente el camarlengo mano derecha del Papa. Para Agustín y para Ana es el inicio del “Protocolo Angulema”. Van por caminos separados para descubrir una verdad que si sale a la luz cambiará el destino de la humanidad. Interpol, CIA, y Europol se encargan de que el agente Cero y la criminóloga Beltrán vuelvan al ruedo. Otra vez soldados combatiendo a una organización despiadada. En el medio de una operación suicida, el baño de damas de la galería “La Lune”, se trasformará en el lecho para hacer el amor en cinco escasos minutos, quizás los últimos de la vida de Agustín y Ana. Recomendado.
Sinopsis:
Cuando parecía haber encontrado el sosiego en su vida, la criminóloga Ana Beltrán comprende que una serie de muertes que encierran mensajes cifrados pone fin a la calma en la que estaba inmersa. En pareja con un exagente de Interpol, reconocida como profesional, esos cuerpos cercenados, que aparecen en distintas iglesias, separados de las cabezas, van a ponerle a prueba el temple y la sagacidad para resolver los crímenes.
La trama se complica con el descubrimiento de que todos los asesinados tienen un tatuaje que conforma una imagen única, compartida: un código más que deberán descifrar. La desaparición inesperada de Agustín Riglos, exespía y pareja de la doctora Beltrán, sume al grupo de investigadores en la desconfianza.
Con personajes desbordantes, como el comisario Justo Zapiola o la agente Verónica Ávalos, con escenarios que van de lo escabroso al mundo del jet-set, con el desconcierto que siembra el mejor suspenso y con la brillantez de la doctora Beltrán para resolver los enigmas, la trama se articula sin respiro para el lector.
Un hilo invisible unía todas las puntas: los cuerpos, los sitios en los que aparecieron, los tatuajes, la escultura del Grupo de Laocoonte, el Vaticano, el hecho de que quisieran echarlos luego de haberlos convocado: algo les ocultaban, pero ¿qué? Demasiadas puntas para unir en un solo caso.
En la tercera entrega de esta serie que no para de crecer en adeptos, María Correa Luna nos habla del poder de aquello que está oculto, de aquello que para muchos debe permanecer secreto.
Páginas: 393. Sello: Vestales. Editorial: Editorial Vestales Argentina
Virginia Alzogaray
Libro 1: “El último manuscrito”
Libro 2: “Operación Esmeralda”