Una creación periodística de Luis Pedro Toni

Pater Christián le escribe a Messi

Queridos amigos y hermanos en Cristo:

     ¡Duc in altum! (Lc 5, 4).

     Comparto con ustedes este artículo, que acabo de escribir; y que creo nos retrata bastante como argentinos. Con mi bendición en el Sagrado Corazón de Jesús; en quien -hoy más que nunca- “la Patria espera”…

+ Pater Christian

 

Messi se hartó de que lo hartaran

 

       Aunque pude hacerlo con otros sacerdotes, quise ver la final de la Copa América, entre Argentina y Chile, anónimamente, de parado, en la barra de una pizzería. Como cura y periodista sabía que iba a ser otra oportunidad inmejorable para seguir aprendiendo sobre el alma de nosotros, los argentinos, y no quise desaprovecharla. Por cierto, obtuve mucho material para el análisis.

       De entrada vi a ignaros personajes, dueños de evidentes derrotas, y bien llenos de alcohol, discutir apasionadamente con personas, en principio, bien distintas: hombres cultos, en apariencia ganadores en la vida y, a esas alturas, con presuntas ciertas dosis de sabiduría.

Lo curioso es que, antes del partido, unos y otros criticaban despiadadamente a Leonel Messi.  “Pecho frío”; miedoso y sin liderazgo, que nunca ganó con Argentina, y otras lindezas –dichas con otras palabras que, por pudor, no podemos repetir aquí-, iban y venían en un aire cargado de vanidad y expresiones descalificadoras.

Y lo peor, obviamente, fue la constante, injusta, odiosa e inútil comparación “jamás será como…” ya saben quién; latiguillo de todo el tiempo de juego y de los penales. ¡Ni qué hablar tras la derrota!…

Puede decirse que no soy objetivo con respecto a Messi, y es cierto. Fanático hincha –herencia enorme de mi padre, Leoncio- de Newell’s Old Boys, como él, me emociono cada vez que recuerdo que Lio nació en Rosario, el 24 de junio de 1987; pocos días después de la muerte, también en Rosario, de mi papá, el 8 de junio. Comparto, también con él, el afecto y la admiración por Gerardo Tata Martino, a quien entrevisté, en Rosario y en Buenos Aires, desde 1986, en reiteradas oportunidades; y que me distinguiera con su amistad. Y, por si fuera poco, terminé de formarme un gran concepto de la Pulga –como se lo llama, familiarmente- cuando comprobé su humildad inalterable, su talento indiscutible y su magia descomunal con la pelota.

¿Qué no estoy de acuerdo con su concubinato? Ciertamente, como cristiano, no puedo estarlo, en ningún caso. ¿Qué no me gustan sus tatuajes sobre su piel? Claro que no; como tampoco en la piel de cualquier otro mortal. Pero, de ahí a compararlo con otras épocas de la Selección, con vía libre a las orgías y a la droga, hay un largo trecho…

       Messi se va de la Selección harto de que lo hartaran. De que lo hartara una AFA inundada de corrupción, a la deriva, y sin gobierno; que humilló, a él y a los otros jugadores, con toda clase de desatinos y desplantes.

De que lo hartara una opinión publicada que no tuvo con él la más mínima consideración; mientras que a otros personajes les tolera cualquier cosa…

De que lo hartara una prensa sensacionalista que, por no pescarlo una y otra vez en escándalos, o en descontroles de sangre, dinero y sexo, no hizo con él buen negocio.

De que lo hartara una sociedad enviciada que, por una parte, soporta y hasta disfruta de los saqueos de los poderosos y pretende, al mismo tiempo, que un pibe de barrio, que llegó a ser sin dudas el mejor jugador del mundo, le solucione desde sus frustraciones hondas, hasta sus actuales penurias económicas…

De que lo hartara una sociedad con doble o triple moral: la del “roban pero hacen”; la del “con su vida pueden hacer lo que quieran, mientras no molesten a los demás”, hasta “la del fin justifica los medios”.

En una Argentina en la que, por distintas razones, cuesta encontrar personas que quieran trabajar; y, una vez halladas, que sepan hacerlo, por su capacitación; y reunidas ambas condiciones, que quieran trabajar con sacrificio y ansias de superación, trabajadores destacadísimos en lo suyo, como Messi, hasta nos quedan grandes. Son como un dedo acusador a una sociedad que, en buena medida, ha renunciado al esfuerzo individual y colectivo. Y que solo deposita en astros deportivos, y otros aparentes hombres providenciales, sus ansias de progreso y felicidad permanentes.

En una Argentina que está festejando el Bicentenario de la Independencia de Tucumán, y que por verse sucia, humillada, saqueada, y vilmente empobrecida por la corrupción de sus gobernantes y poderosos, se resiste a confrontarse en serio con aquellos congresistas de 1816 –en su inmensa mayoría sacerdotes-, que lo dieron todo por la patria, la decisión de Messi quizás sirva para que muchos argentinos se sacudan de su relativismo moral. Y tomen conciencia de que solo con trabajo en equipo, espíritu de grandeza y capacidad de renuncia, se pueden alcanzar las grandes metas.

Claro que, para ello, hay que reconocer –como lo hicieron aquellos y otros prohombres, en el siglo XIX- que solo Dios es la fuente de toda razón y justicia. Y que los talentos, que a todos nos dio, están para ser desarrollados, multiplicados y puestos al servicio del bien común; para su mayor gloria, y nuestra propia santificación.

Solo así comprenderemos que Salvador tenemos uno solo. Y que nació en Palestina, hace dos mil años, y no en la Argentina de fines del siglo XX…

 

LA PLATA, martes 28 de junio de 2016.

San Ireneo de Lyon, obispo y mártir.-
Padre Christian Viña

paterchristian@hotmail.com