Al Pacino en rica charla en el Colón, ovacionado, sin recreación escénica
“An evening with Al Pacino”, una suerte de intimista performance, propuso un cruce entre la tradicional entrevista y la charla de sobremesa, sólo que en este caso los recuerdos pertenecen a la memorabilia del gran actor e involucraron personalidades del universo cinematográfico.
Al Pacino se despidió en la noche del sábado del público argentino, con la segunda presentación de “An evening with Al Pacino”, una puesta en primera persona, capaz de fusionar anécdotas de su vida con la proyección de ciertas escenas de filmes memorables como “El Padrino” de Francis Ford Coppola Coppola, y fue ovacionado por el público en el Teatro Colón.
“An evening with Al Pacino”, una suerte de intimista performance, propuso un cruce entre la tradicional entrevista y la charla de sobremesa, sólo que en este caso los recuerdos pertenecen a la memorabilia del gran actor e involucraron personalidades del universo cinematográfico.
El público, en su mayoría cinéfilo, durante más de dos horas, se transformó en voyeur cómplice de la letra chica de su vida, aunque como se trata de una actor enorme, nunca se sabe hasta donde el contenido de sus confesiones resulta fehaciente.
El show, ya presentado en Europa y en su tierra natal, Estados Unidos (donde agotó localidades), recorre fragmentos de su vida, desde la niñez pobre y callejera hasta hoy, y tuvo una adaptación local realizada por el cineasta y guionista, Marcos Carnevale.
Adrián Suar, con producción conjunta de Preludio Producciones, Nacho Laviaguerre Producciones y Tieless Media trajo el show del actor por primera vez al país, e Iván de Pineda, uno de los conductores de El Trece, fue el encargado de moderar la velada, con traducción simultánea al español, auriculares mediante.
“Mi vida está atravesada por la docencia. Amo a los maestros. ¿Hay maestros en la sala? Pido un aplauso para ellos”, solicitó anoche el gran intérprete de Michael Corleone, quien también fue un devoto alumno del método de Lee Strasberg, la renombrada escuela de prestigiosos actores donde se formó.
La estructura de la puesta de anoche tuvo mucho de clase, donde las proyecciones de escenas icónicas fueron precedidas o coronadas por los comentarios del gran maestro de la escena, siempre generoso en carisma y remates jocosos.
Esa suerte de lección escénica contó, desde el inicio, con un auditorio completamente entregado a la seducción del intérprete, capaz de festejar sus ocurrencias con aplausos, de un modo casi hipnótico.
Dos sillas, dos copas, una botella de agua mineral, más un florero oficiaron de breve escenografía, pero la pantalla que replicaba eternas secuencias de sus principales películas funcionó como telón de fondo, casi un tercer actor para la función, y por momentos, parecía una continuación del cuerpo de Pacino.
Aunque la charla del laureado intérprete resultó rica, con destellos brillantes, el deseo de verlo recrear alguno de aquellos pasajes cinematográficos y aprovechar su presencia “en vivo y en directo” no se cumplió.
El actor Diego Perez,el empresario Axel Kuschevatzky, y , entre otros,el conductor Mariano Iúdica fueron dos de los miembros del público que pudieron formularle preguntas a la figura, junto con otros integrantes de la platea menos famosos y así la entrevista clásica, formato líder de la velada, por un rato devino experiencia interactiva.
Las personas que adquirieron las entradas VIP gozaron del beneficio extra de quizás lograr arriesgar algún otro interrogante durante el cocktail y “Meet & Greet” con el actor, al que accedían en el Salón Dorado del Teatro Colón.
El tema de la improvisación en escena, algunas referencias al teatro griego como fundamento de su decisión de hacer participar al público con preguntas durante la función, fueron algunos conceptos con los que el protagonista de “Un domingo cualquiera”, de Oliver Stone, cerró la noche, luego de más de dos horas de show.
Una noche donde Pacino prefirió la charla al baile, ya que cuando comenzaron a sonar los acordes del tango “Por una cabeza”, una evocación a una escena del filme “Perfume de mujer” (1992), de Martin Brest, la producción que lo hizo ganar un Oscar, apenas si arriesgó unos movimientos con la bailarina Judith Kovalovsky (cuñada de Suar).
El gran actor despareció tras el telón hasta el final del tema para finalmente regresar, recibir las ovaciones y despedirse de una audiencia devota. Prometio regresar. Foto: Télam.