Una creación periodística de Luis Pedro Toni

El embrollo del film del Quijote que cerró Cannes

Cannes se cerró con la esperadísima proyección del proyecto en torno al Quijote que Terry Gilliam llevaba un cuarto de siglo tratando de materializar. El film en el que Adam Driver encarna a un álter ego del director preso de cervantinas alucinaciones es un mal viaje que ha tocado a su fin.

Quién: El ex Monty Python sólo había llegado a competir por la Palma de Oro con ‘Miedo y asco en Las Vegas’ (1998), aquella celebrada adaptación del clásico de Hunter S. Thompson, protagonizada por un Johnny Deep, que fue Sancho Panza en la primera versión abortada del proyecto, un naufragio brillantemente contado en el documental ‘Lost in La Mancha’ (Keith Fulton y Louis Pepe, 2002). El fallecido Jean Rochefort, quien sufrió durante un rodaje un accidente que le impidió seguir montando a caballo (su gran pasión), era el Quijote de Deep. Y a él está dedicado ‘El hombre que mató a Don Quijote’. A él y al no menos fallecido John Hurt, que también estuvo a punto de encarnar al caballero de la triste figura en uno de los sucesivos intentos de resurrección del film.

Qué: Toby (Adam Driver) regresa a La Mancha para rodar una película sobre Don Quijote, diez años después de que, siendo un entusiasta estudiante de cine llevara a cabo una película ultraindependiente sobre el mismo tema, contando con el zapatero (Jonathan Pryce) de un pueblo manchego no por nada llamado Los Sueños; un zapatero que, entre tanto, rizando el rizo de la locura, ha perdido la razón, y se cree Don Quijote. Así se desata una quijotesca pesadilla.

Cómo: Vista desde fuera, ‘El hombre que mató a Don Quijote’ es un hito de la historia del cine, por los muchos vericuetos de su accidentadísima creación; vericuetos que llegaron hasta los días
previos a su proyección como película de clausura en el 71º Festival de Cannes, que trató de ser impedida por el legendario productor luso Paulo Branco,partícipe en una de las fases del siempre aplazado proyecto, por la cual reclamaba un dinero que al parecer le era negado. El portugués perdió la batalla legal, por lo menos de cara a impedir la proyección en Cannes. Y mientras tanto Gilliam fue víctima de un supuesto derrame cerebral, del que está felizmente recuperado.

Vista desde dentro, la película concentra, como dijo un sabio, lo mejor y lo peor de Gilliam. Están sus señas de identidad, pero la magia se ha perdido por el camino, como en sus peores films. Pensemos, por ejemplo, en ‘El secreto de los hermanos Grimm’ (2005), que no servía ni para mantener ocupados a los niños. Por supuesto que la película tiene aspectos positivos, sin ir más lejos Pryce y Driver, que hizo doblete en el festival con ‘BlacKkKlansman’, de Spike Lee, están bien, en contraste con unos esperpénticos Oscar Jaenada y Jordi Mollà, que se han dejado arrastrar con demasiado entusiasmo por la espiral de locura que, sin embargo, no logra absorber al espectador. Mal que nos pese, a Gilliam su quijotada se le va de las manos.

Asistimos impávidos a una sucesión de números grotescos que, más que sumar, restan. Y agotan. A pesar de tantos aspavientos, no acaban de materializarse los gigantes. La montaña rusa a lo mejor tiene sus cuotas de altura (que se pierden en medio de tanta confusión). Pero las caídas de caballo son demasiado numerosas. Y no hacen gracia. Tampoco las alusiones al yihadismo. Sobre toda la película planea la sensación de estar ante una copia de trabajo, de que, a pesar de tantos años de espera, los elementos dispersos, que tienen su atractivo, no acaban de cuajar como si el sueño perseguido por Gilliam fuese un imposible. Quisiéramos habernos contagiado, una vez más, de su quijotesca locura, pero este vódevil enloquecido, caótico e histérico, es como una fiesta vista desde fuera. Una fiesta vista por unos inocentes niños, los críticos, incapaces de comprender a qué juegan esos adultos. La crítica ha sido prácticamente unánime, queda saber cómo reaccionará el público. Si es que la película supera las batallas que le quedan por delante. No se descarta que funcione cuando llegue a las salas. Hay que verla, no queda otra. Fotogramas digital.