Los 80 del trotamundo NICOLA DI BARI
MARINA ZUCCHI recorre la figura del cantante italiano Nicola Di Bari, quien visitó la agentina en muchas ocasiones,resultando muy popular. La nota editada en Clarin digital: Todo empezó con un helado. Al menos aquel cuento se encargó de viralizar el protagonista por años. En Zapponeta, donde nació un 29 de septiembre de 1940, provincia italiana de Foggia, un muchachito de 15 o 16 años ayudaba a un heladero afónico al grito de ¡Gelato! cuando se le ocurrió entonar una canción napolitana para atrapar clientes.
El timbre de voz incrementó la clientela y el público convenció a Nicola (por entonces Michele Scommegna) de que debía lanzarse como cantante.
Demasiado apellido para tanta intensidad. Michele Scommegna sabía que entre su voz “de arena”, sus gafas rectangulares opacas, su gestualidad, su nariz poderosa y la italianidad de su pasaporte, el
combo era excesivo. La estrategia fue bajarle un grado a la magnitud de su construcción artística. Desechó el nombre, desechó el apellido y adoptó la identidad de su santo favorito, Nicola Di Bari, el mismo que dio origen a la leyenda de Santa Claus.
Los discos de Nicola Di Bari
Nicola tiene mucho de Papá Noel. Apología de la sorpresa. A sus 80, el volcán di Bari está hecho de santos, recuerdos oscuros de militares porteños y una gran cuota de argentinidad. Hubo un tiempo en que paseaba en el camioncito de Radio Rivadavia con José María Muñoz, cenaba con Carlos Bilardo, adhería a la filosofía “Pincharrata”, filmaba con Enrique Carreras, Cacho Castaña y Mónica Gonzaga y terminaba de sobremesa con Palito Ortega o Sandro.
También hubo un tiempo en que salía de copas con Domenico Modugno por la Reina del Plata. Todo era algarabía hasta que dijo “questo non é Disney” y descubrió la dictadura. Fue detenido a punta de pistola y liberado al día siguiente por no respetar el toque de queda.
En la Argentina, debe su plataforma de lanzamiento a Lucho Avilés y a Luis Pedro Toni. Y en Italia, la revalidación de su título se lo dio el “dios humano del Napoli”.
La tapa de un disco de Nicola Di Bari
Si un premio no tenía en su estantería Don Nicola para 1985 era el inexistente Diego de Oro. Y lo recibió de alguna forma cuando al aterrizar Maradona en Nápoles un periodista le acercó un micrófono al “Diez”: “Diego, ¿quale musicista italiano ti piace?”. “El Diez” dejó con la mandíbula descolocada hasta a los hijos de la Camorra: “¡Nicola Di Bari!”.
Ser Nicola implica vivir en un cuerpo que supura intensidad y exageración. Desde aquella primera participación sesentosa en San Remo cuando los críticos destacaban “al bambino del naso”, sus ademanes, su desgarro al entonar, sus anécdotas construyeron un marketing. Jura que en un show en el Gran Rex el fervor argentino lo llevó a despacharse con “17 bises” mientras la orquesta arrodillada le rogaba “basta”.
Historia de un antihegemónico
Argentina inventó el fenómeno Di Bari. Lo admite él, que recuerda: “Nadie me conocía cuando viajé por primera vez a Buenos Aires. El éxito empezó con tres periodistas jóvenes, tres locos, Lucho Avilés, Luis Pedro Toni y Coco D’Agostino, que escucharon El trotamundos y fueron a la compañía discográfica. ‘Tenemos que producirlo acá’. Los capos del lugar preguntaron ¿con esta voz ronca vamos a producirlo?'”.
La primera vez que pisó Ezeiza, en los ’60, la emoción se convirtió en trompada: “Bajé del avión y todos se abrazaban con alguien. Yo solito, nadie venía a buscarme. Después de una hora, uno pregunta: ‘¿Por casualidad, es usted Nicola Di Bari ?’. La gerencia artística de la compañía esperaba a un tipo lindo, de ojos azules. Los desilusioné, pero enseguida se enamoraron de esta voz ronca, fea, enferma”.
Con esa voz “sucia”, fue derribando prejuicios, piano piano. En 1965 fue invitado a participar en el Festival de San Remo, se retiró ovacionado, llego a la ronda final y prometió revancha. Volvió en 1970, se consagró en 1971 y 1972. Décadas después hubo receso discográfico, pero nunca dejó de la estrategia pueblo a pueblo, con valijita muñida de artillería hitera.
Nació en Zapponeta, en región de Apulia, el 29 de septiembre de 1940. Padre campesino, madre ama de casa, de esos diez hijos era “Miguelito” el que se animó a dejar el pueblo con la esperanza de un contrato musical en Milán. “Yo quería seguir Abogacía, pensé que la música era un pasatiempo, pero mi padre tenía razón: irme significaba no volver. Y así fue. Armé mi vida lejos, me enamoré de Agnese, mi mujer, la invité a un café y de ese rato juntos aquí estamos hace más de medio siglo”.
Argentinísimo, mientras editaba discos en español a puro hit propio y ajeno (El amor te hace linda; El corazón es un gitano; Rosa; Sé que bebo, sé que fumo; Guitarra suena más bajo…) compartía podio aquí con voces como las de sus compatriotas Rita Pavone u Ornella Vanoni. Tiempos del Baile del mattone, de Volare y de todo esa importación de la península que aminoró luego en estas latitudes.
En 1981 filmó a las órdenes de Enrique Carreras Ritmo, amor y primavera, película que protagonizaban Cacho Castaña, Mónica Gonzaga y Carlos Calvo. Cada vez que elegía cantar en el país, hacía trabajo de hormiga: desde un teatro de Junín hasta un casino en La Pampa, desde el Teatro Colonial de Avellaneda hasta el Coliseo porteño. La fidelización del cliente no conoce de prejucios. Así fue como la última vez en la TV argentina (en 2018) Di Bari se prestó a cantar en el ciclo de la movida tropical Pasión de sábado.
“Mi inseparable sombrero Panamá es algo que nació en Buenos Aires”, cuenta en cada visita el señor de los ademanes vehementes. “La primera vez que vi este modelo en una tienda de Buenos Aires me compré varios. Si no lo uso siento como si no tuviera chaqueta”.
Nicola Di Bari
De su derrotero argentino tiene también recuerdos del terror. “Una vez, Modugno y yo terminamos en una celda en Argentina”, contó hace un tiempo. “Estaba la dictadura. Habíamos ido a comer al restaurante habitual: entró en vigor el toque de queda y no había forma de encontrar taxi. Partimos: a los pocos kilómetros la policía nos detuvo y nos hizo entrar al patrullero. ¡Salimos del calabozo por la mañana!”.
Cuando el COMFER desclasificó un viejo documento de la dictadura en el que se enumeraban 221 canciones y autores prohibidos entre 1969 y 1982, Nicola figuraba en la lista: Mía era el tema de la discordia. El problema: la estrofa que decía “su vestido al viento se voló”.
En su vuelta al mundo en ochenta años, Nicola todavía mantiene “el shock” por el suicidio de Luigi Tenco, el colega que se pegó un tiro en pleno festival de San Remo. “Nunca le voy a perdonar esa decisión”, repite, enojado por ese disparo en la habitación del hotel Savoy que ensangrentó para siempre la historia de la música italiana.
Los discos de Nicola Di Bari
Que fue un ajuste mafioso, que se trató de una depresión de la que nadie se percató… Los informes policiales finalmente establecieron que una pistola Walther PPK apuntó a la sien. Se halló una nota
explicativa. “Amé al público italiano y dediqué inútilmente cinco años de mi vida. Hago esto no porque esté cansado de la vida (todo lo contrario) sino como acto de protesta contra un público que manda la canción ‘Io tu e le rose’ a la final y un jurado que selecciona ‘La rivoluzione'”.
El caso se reabrió hace unos años para cerrarse como “suicidio”. La vida de Di Bari fue la contracara de la de Luigi. Nadie lo dejó caer, no hubo amores imposibles ni llagas sin cicatrizar. Se piensa como “un hombre simple”. Amante de los fettuccine, padre de Ketty, Nicoletta, Arianna y Mateo, esposo de Agnese desde hace casi 60 años. Vincula a la tristeza con la “evolución”, con encontrar hoy su música en Spotify.
“A mí me gustaba más ofrecer mis canciones en Long Play porque era más verdadero el acercamiento con el artista. La era Spotify me da tristeza”, admite inocente el último romántico.
Un disco de Nicola Di Bari
De tanto sentimiento acumulado, el corazón le estalló a Nicola horas antes de la final del Mundial de Alemania 2006. No podía haber sido en otro momento. Como si se tratara de una película italiana de esas que hacen oda al grotesco.
Tomaba un café con su esposa en la casa de Milán cuando empezó a notar una transpiración helada. “Mi señora se dio cuenta de que era un infarto y a los diez minutos yo ya estaba en la clínica. Tenía algo así como 50 minutos de vida, las arterias tapadas…Fumaba entre 30 y 40 cigarrillos por día. El cardiólogo me llevo de urgencia a la sala de operaciones”. Ni Fellini se hubiera atrevido a tanto. A la hora en que Nicola se despertó, el 9 de julio de 2006, el seleccionado de Marcello Lippi era campeón ante Francia. Un gol de Marco Materazzi, uno de Zinedine Zidane. Después, penales. Todo mientras la anestesia sumía a Nicola en un sueño dulce. El corazón abierto, cansado, venas, sangre, el grito de un país fusionado. De fondo, de alguna casa emanaba la voz rasposa de Don Di Bari al ritmo de Trotamundos.