La palabra de Francisco sobre la Guerra
«¡Qué triste es cuando personas y pueblos orgullosos de ser cristianos
ven a los otros como enemigos y piensan en hacer guerra!». La palabra
del papa argentino en la portada del Observatore Romano,edición en
español
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de la Liturgia de hoy Jesús da a sus discípulos
algunas indicaciones fundamentales de vida. El Señor se refiere a las
situaciones más difíciles, las que constituyen para nosotros el banco
de pruebas, las que nos ponen frente a quien es nuestro enemigo y
hostil, a quien busca siempre hacernos mal.
En estos casos el discípulo de Jesús está llamado a no ceder al
instinto y al odio, sino a ir más allá, mucho más allá. Ir más allá
del instinto, ir más allá del odio. Jesús dice: «Amad a vuestros
enemigos, haced bien a los que os odien» (Lc 6,27). Y aún más
concreto: «Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra»
(v. 29). Cuando nosotros escuchamos esto, nos parece que el Señor pide
lo imposible.
Y además ¿por qué amar a los enemigos? Si no se reacciona a los
prepotentes, todo abuso tiene vía libre, y esto no es justo. ¿Pero es
realmente así? ¿Realmente el Señor nos pide cosas imposibles, incluso
injustas? ¿Es así?
Consideremos en primer lugar ese sentido de injusticia que advertimos
en el “poner la otra mejilla”. Y pensemos en Jesús. Durante la pasión,
en su injusto proceso delante del sumo sacerdote, en un momento dado
recibe una bofetada por parte de uno de los guardias. ¿Y Él cómo se
comporta? No lo insulta, no, dice al guardia: «Si he hablado mal,
declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?»
(Jn 18,23). Pide cuentas del mal recibido. Poner la otra mejilla no
significa sufrir en silencio, ceder a la injusticia. Jesús con su
pregunta denuncia lo que es injusto. Pero lo hace sin ira, sin
violencia, es más, con gentileza.
No quiere desencadenar una discusión, sino desactivar el rencor, esto
es importante: apagar juntos el odio y la injusticia, tratando de
recuperar al hermano culpable.
Esto no es fácil, pero Jesús lo hizo y nos dice que lo hagamos
nosotros también. Esto es poner la otra mejilla: la mansedumbre de
Jesús es una respuesta más fuerte que el golpe que recibió.
Poner la otra mejilla no es el repliegue del perdedor, sino la acción
de quien tiene una fuerza interior más grande.
Poner la otra mejilla es vencer al mal con el bien, que abre una
brecha en el corazón del enemigo, desenmascarando lo absurdo de su
odio. Y esta actitud, este poner la otra mejilla, no es dictado por el
cálculo o por el odio, sino por el amor. Queridos hermanos y hermanas,
es el amor gratuito e inmerecido que recibimos de Jesús el que genera
en el corazón un modo de hacer semejante al suyo, que rechaza toda
venganza. Nosotros estamos acostumbrados a las venganzas: “Me has
hecho esto, yo te haré esto otro”, o a custodiar en el corazón este
rencor, rencor que hace daño, destruye la persona.
Vamos a la otra objeción: ¿es posible que una persona llegue a amar a
los propios enemigos? Si dependiera solo de nosotros, sería imposible.
Pero recordemos que, cuando el Señor pide algo, quiere darlo. El Señor
nunca nos pide algo que Él no nos dé antes. Cuando me dice que ame a
los enemigos, quiere darme la capacidad de hacerlo. Sin esa capacidad
nosotros no podremos, pero Él te dice “ama al enemigo” y te da la
capacidad de amar. San Agustín rezaba así —escuchad qué hermosa
oración—: Señor, «da lo que mandas y manda lo que quieras»
(Confesiones, X , 29.40), porque me lo has dado antes. ¿Qué pedirle?
¿Qué es lo que a Dios le complace darnos? La fuerza de amar, que no es
una cosa, sino que es el Espíritu Santo. La fuerza de amar es el
Espíritu Santo, y con el Espíritu de Jesús podemos responder al mal
con el bien, podemos amar a quien nos hace mal. Así hacen los
cristianos. ¡Qué triste es cuando personas y pueblos orgullosos de ser
cristianos ven a los otros como enemigos y piensan en hacer guerra! Es
muy triste.
Y nosotros, ¿tratamos de vivir las invitaciones de Jesús? Pensemos en
una persona que nos ha hecho mal. Cada uno piense en una persona. Es
común que hayamos sufrido el mal de alguien, pensemos en esa persona.
Quizá hay rencor dentro de nosotros. Entonces, a este rencor acercamos
la imagen de Jesús, manso, durante el proceso, después de la bofetada.
Y luego pidamos al Espíritu Santo que actúe en nuestro corazón.
Finalmente recemos por esa persona: rezar por quien nos ha hecho mal
(cfr. Lc 6,28). Nosotros, cuando nos han hecho algún mal, vamos
enseguida a contarlo a los otros y nos sentimos víctimas.
Parémonos, y recemos al Señor por esa persona, que lo ayude, y así
desaparece este sentimiento de rencor. Rezar por quien nos ha tratado
mal es lo primero para transformar el mal en bien. La oración.
Que la Virgen María nos ayude a ser constructores de paz hacia todos,
sobre todo hacia quien es hostil con nosotros y no nos gusta.
Al finalizar la oración mariana el Papa recordó la Jornada nacional
del personal sanitario, celebrada en Italia en el segundo aniversario
del inicio de la pandemia, dando las gracias a los médicos y
enfermeros por su heroísmo. Francisco también aseguró cercanía a las
poblaciones de Madagascar y Brasil golpeadas por calamidades naturales
y animó el “Proyecto Arca”, que ha inaugurado en Roma la actividad
para ayudar a las personas sin hogar. Estas son sus palabras.
¡Queridos hermanos y hermanas!
Expreso mi cercanía a las poblaciones golpeadas en los días pasados
por calamidades naturales, pienso en particular en el sudeste de
Madagascar, flagelado por una serie de ciclones, y en la zona de
Petrópolis en Brasil, devastada por inundaciones y deslizamientos de
tierra.
El Señor acoja a los difuntos en su paz, consuele a los familiares y
sostenga a los que realizan las tareas de rescate.
Hoy es la Jornada nacional del personal sanitario y debemos recordar a
muchos médicos, enfermeras y enfermeros, voluntarios, que están cerca
de los enfermos, les curan, les hacen sentir mejor, les ayudan. “Nadie
se salva solo”, decía el título en el programa “A Sua Immagine” (A su
imagen).
Nadie se salva solo. Y en la enfermedad nosotros necesitamos que
alguien nos salve, que nos ayude. Me decía un médico, esta mañana, que
en el tiempo del Covid estaba muriendo una persona y le dijo: “Tómeme
de la mano que estoy muriendo y necesito su mano”.
El heroico personal sanitario, que hizo ver esta heroicidad en el
tiempo del Covid, pero la heroicidad permanece todos los días. ¡A
nuestros médicos, enfermeras, enfermeros, voluntarios, un aplauso y un
gracias grande!
Os saludo de corazón a todos vosotros, romanos y peregrinos venidos de
Italia y de diferentes países.
En particular, saludo a los fieles de Madrid, Segovia, Burgos y
Valladolid, en España —¡muchos españoles!—: como también a los de la
parroquia Santa Francesca Cabrini de Roma y a los estudiantes del
Instituto de los Sagrados Corazones de Barletta.
Saludo y animo al grupo “Proyecto Arca”, que en los días pasados
inauguró la propia actividad social en Roma, para ayudar a las
personas sin hogar.
Y saludo a los jóvenes de la Inmaculada, ¡muy buenos!
A todos os deseo un feliz domingo.
Por favor, no os olvidéis de rezar por mí.
Buen almuerzo y hasta pronto.
Vaticano