Una creación periodística de Luis Pedro Toni

María Fux festejó su primer siglo de vida con un baile en la calle

La bailarina, coreógrafa y terapeuta argentina, pionera de la danza moderna cumple este 2 de enero cien años de vida. Imposible imaginar una mejor celebración que bailando
María Fux saludó desde el balcón de su estudio, en Callao al 200. 

La bailarina, coreógrafa y terapeuta argentina María Fux, pionera de la danza moderna y creadora de la “danzaterapia”, cumple este domingo 100 años y por ello su equipo organizó una danza improvisada al aire libre, en la puerta de su estudio en Callao 289, en el barrio de Congreso, con tapabocas y distancia social.

Al encuentro se sumaron todos los que lo desearon, ya que según enseña la maestra, con un lenguaje que evita las alusiones de género, “la danza está en el hombre, en cualquier hombre de la calle y es necesario desenterrarla y compartirla”.

La vida de la bailarina

La calle fue una fiesta

María Ana Fux nació en el Hospital Rivadavia de Buenos Aires el 2 de enero de 1922, hija de inmigrantes judíos procedentes de Rusia, y es madre del músico y compositor Sergio Aschero, abuela de la cantante

Irene Aschero y prima del compositor Mario Litwin. Entre 1962 y 1963 fue maestra de danza de Jorge Donn, previo al viaje consagratorio del bailarín argentino a Europa.

Pionera de la danza moderna y creadora de la danzaterapia en la Argentina y con una amplia actividad en América latina, Estados Unidos, la ex Unión Soviética, Israel y varios países de Europa, recorrió el país con la originalidad de su estilo, danzando tanto en los escenarios del Teatro de Pueblo, el Colón, el San Martín, el Nacional Cervantes, como en lugares a los que nunca había llegado una bailarina, como en las minas de Zapla (Jujuy), Quitilipi y Charata (Chaco).

En 1915, sus abuelos maternos migraron junto a once hijos a la Argentina escapando de la persecución a los judíos en Odessa, Ucrania; su madre era la menor de los hermanos. En el camino, cuando estaban en Alemania, tuvo una infección en la rodilla y cuando llegó a Buenos Aires le tuvieron que quitar la rótula debido a una infección.

No importó el fuerte sol del mediodía.

La familia se estableció en el barrio porteño de Caballito y desde los cinco años María Ana se apasionó por la danza. A los 13 leyó “Mi vida”, la autobiografía sin terminar de la bailarina californiana Isadora Duncan (1877-1927), comenzó una búsqueda de una forma de comunicación no verbal mediante su cuerpo y a estudiar con Ekatherina de Galantha, otra exiliada.

Leónidas Barleta, creador y conductor de Teatro del Pueblo, le permitió en 1942 presentarse en ese escenario con “La última hoja”, una experiencia que fue cambiando año a año hasta alcanzar las diez temporadas, y en 1953 obtuvo una beca para tomar clases en Nueva York nada menos que con la “étoile” Martha Graham -estuvo siete años sin ver a su hijo Sergio y viviendo en condiciones materiales muy estrechas; tenía 31 años al partir-. Ella misma lo contó en uno de sus libros: “María Fux siempre dice: ‘No danzamos para gustar sino para ser
nosotros mismos'”

“Un día, al salir de una clase, por fin quedé a solas con la gigantesca, inalcanzable Martha Graham. Fue en el ascensor. Entonces, en mi entrecortado y mal inglés, le supliqué que viera mis danzas. Accedió. Mirando su reloj, dijo que al día siguiente me concedería media hora. Esa fue una noche infernal, revisé in mente cada una de mis danzas y todas me parecían muy pobres.

Por fin llegó el momento. Ella me esperaba y yo, con mis discos rayados, comencé a bailar frente a Martha. Ya no me importaba nada, era mi meta (…) Fue pidiéndome más y más, hasta que, después de una hora, yo ya no tenía más que darle y me senté en el suelo. Entonces me dijo: ‘Sos una artista, no busques maestros fuera de vos. No tengas miedo de hacer danzas teatrales, sos actriz. Volvé a la Argentina y no esperes nada de maestros. Tu maestro es la vida”.

Al regresar, las dificultades de la hija sordomuda de una de sus amigas la motivaron a desarrollar la danzaterapia para niños, adultos y personas con discapacidad.

Decenas de alumnos celebraron con su maestra.

Comenzó sus giras artísticas en épocas en las que se ignoraba todo lo que no fuera danza clásica y viajar a otros continentes era una verdadera travesía: fue la primera argentina y la segunda bailarina no clásica después de Isadora Duncan en pisar escenarios de Moscú en 1955.

Sus convicciones y su manera de concebir la danza como camino hacia la plenitud de las potencialidades expresivas que toda persona posee abrieron las fronteras de la disciplina,  posibilitando la integración en sus clases y espectáculos a personas con diversidad funcional, etaria, cultural y social.

Télam – Foto: Leo Vaca.